Caballero Bonald
En la muerte de un gran escritor andaluz, unas breves pinceladas de su relación con Córdoba
Me gustaría llegar otra vez en tren a Córdoba a las seis de la tarde y volver a encontrarme con José Manuel Caballero Bonald en la cafetería de la estación, demorándose en una copa de vino con Alejandro López Andrada. Caballero Bonald, Pepe, era una presencia que encarnaba un fulgor mítico, una especie de ánfora del tiempo que contenía secretos y matices que te envolvían con él. Yo llegaba de Madrid y él iba a alguna parte con Alejandro, cuya escritura siempre apreció, como en aquel prólogo espléndido a ‘Los años de la niebla’. Recuerdo aquella estampa, quince años atrás: la cafetería de la estación, que es casi lo opuesto a una taberna, se había convertido en un espacio con personalidad, una fotografía que revalorizaba el momento. Porque Pepe irradiaba ese calor, daba temperatura a los instantes en su literatura de adjetivos escogidos con un hierro candente. Creo que fue feliz siempre que vino a Córdoba. Pepe fue muy generoso en el cariño y el ánimo con algunos poetas de mi generación: si creía en lo que escribías, sabía hacértelo sentir. Es difícil hoy valorar esto: todo es extrañeza. Cuando en Cosmopoética presentó ‘Entreguerras’, su gran poema río final y autobiográfico, vino a verlo Pablo García Baena. Se estrecharon con un entusiasmo que contenía una época y la imagen de aquel abrazo permanece grabado en la retina de quienes tuvimos el laberinto de fortuna de andar cerca. Los maestros se nos quedan dentro, con sus libros y voces. Pepe Caballero era un hombre valiente que encontró en el barroco con finura moral toda una poética sin grietas. Nota aquí.
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