jueves, octubre 23, 2025

Charly García

 Retrato de Charly García, el hombre que no eligió este mundo pero aprendió a querer 

El artista continúa siendo un espejo de contradicciones y obsesiones. Nito Mestre, Hilda Lizarazu, Fernando Samalea, Joaquín Levinton, Rosario Ortega y José Luis Fernández reconstruyen cómo su genialidad, rebeldía y curiosidad crearon mundos propios desde la música y otras expresiones artísticas. "Es nuestro Maradona, un tipo que ya es un monumento en vida", asegura Mestre a Página|12.

Hablar de Charly García se volvió una forma de hablar de nuestro país: de su euforia y de sus heridas, de su talento y de su fragilidad, de una Argentina que encontró en sus canciones un espejo y en su figura uno de los símbolos más incómodos —y brillantes— de su propia historia. 

“No elegí este mundo, pero aprendí a querer”, canta en Cerca de la Revolución. Desde los patios del colegio hasta los escenarios más grandes siempre se percibió la disputa entre un sistema que buscó encasillarlo y su impulso por crear universos donde pudiera existir con libertad. Por todo esto, hablar de Charly es también hablar de un artista que desde su infancia intentó escaparle a las formas que se le impusieron.

En un nuevo cumpleaños, artistas que compartieron escenario, amistad y vida con el ídolo de bigote bicolor reconstruyen en diálogo con Página|12 las manías, ternuras y formas de habitar el mundo del músico más indescifrable del rock argentino. “Ya de pibe se notaba que era distinto. Marcó la historia de muchas generaciones, y en esta última más todavía. Ya lo vemos como un ícono”, cuenta Nito Mestre, compañero de Sui Generis.

Cuando comenzamos a nacer

La profesora de inglés caminaba por el aula mientras daba la clase. Días atrás le había puesto 25 amonestaciones a Nito. Mientras, un jovencito Charly García, ajeno a todo, dibujaba en los márgenes de su carpeta. Cuando pasó por su lado, él, sin notar su presencia, respondió al aire:

—¿Y a mí qué me importa todo esto?

Más de 50 años después, Nito Mestre todavía se ríe mientras recuerda esta escena ingenua que compartieron juntos en las aulas del Instituto Dámaso Centeno, en Caballito. En ese gesto de un “pibe largo y desgarbado, con pantalones que no le llegaban a los zapatos”, dice, estaba la semilla de alguien que no sabía obedecer del todo. Nito lo resume sin vueltas: “Pero no era jodón ni quilombero ni mandón, sino un pibe distinto, metido adentro”.

Nadie más que él conoce el proceso de cómo Charly, durante esos últimos años de secundaria, mutó de la música clásica al rock. Eran mediados de los sesenta: Los Beatles cambiaron la forma de entender la música y la movida nacional empezaba a tener identidad propia con bandas como Los Gatos, que ya la rompían con "La Balsa". Mestre lo conoció en ese contexto, en un recreo. Dice que eran “los raros de la escuela” y que cada uno tenía su banda —Charly con To Walk Spanish, él con The Century Indignation— con una búsqueda compartida: “entender cómo deslumbrar una canción”.

- ¿Qué es lo primero que te deja Charly como artista?

- Con él aprendí a escuchar de verdad. Nos pasábamos tardes enteras escuchando canciones con auriculares, uno frente a otro, desmenuzando los temas de Los Beatles. Primero, la línea del bajo; después la guitarra. Así aprendí a distinguir las armonías, en una práctica que sigo recomendando aún hoy a los artistas jóvenes.

De ese ejercicio, cuenta Mestre, nació una amistad y un modo nuevo de escuchar rock. Sui Generis sería el refugio de la primera revolución de García. En un país que comenzaba a oscurecerse con la dictadura cívico-militar compuso canciones que hablaban de miedo, amor y libertad. No lo sabía, pero con apenas veinte años ya estaba dando voz a una generación, que aprendió a entender el mundo —y a resistirlo— cantando.

Qué se puede hacer salvo ver películas

De aquel adolescente que desobedecía con un lápiz en el aula nació el artista que quiso hacerlo con el propio rock. Con La Máquina de hacer pájaros quiso probar hasta dónde podía estirarse una canción sin romperse. “Para el momento político que se vivía, nosotros éramos los que rompíamos las reglas. Además, García estaba en su mejor momento: como pianista estaba al mango y tenía la dosis exacta de locura y de cordura”, recuerda a este diario José Luis Fernández, bajista que dejó el grupo Crucis para sumarse a aquella aventura.

Esa obsesión –rememora Fernández con cariño– se extendía más allá de los instrumentos: “Charly vivía al cine con la misma intensidad”. Pasaban madrugadas enteras en Cine Arte, subsuelo de Talcahuano y Lavalle, “donde se mezclaban Bergman, Fellini y la policía”: “Con Oscar (Moro) y Charly pasamos muchas noches en los calabozos porque nos prendían las luces del cine y nos llevaban a todos”, recuerda el músico de 66 años, que hoy lidera La Máquina De Hacer Pájaros (por Fernández/Moro/Spina/Vega), grupo que también cuenta con Juanito Moro –hijo de Oscar– y que se presentará el próximo 21 de noviembre en Niceto Club.

La obra completa de La Máquina muestra a un Charly que va más allá del rock convencional de la época. Para José Luis, “esta etapa erróneamente se pasa de largo” en la carrera de García, que mezcló sintetizadores MOOG, teclados y melotrones: “Cuando vino Herbie Hancock (pianista y tecladista estadounidense de jazz, a la Argentina) Charly le llevó el LP Películas para que escuche lo que tocaba. No un disco de Sui, ni de Serú, ni de solista. Charly sabía que ahí estaba todo con una calidad grosera”, subraya.

Cuando este grupo llegó a su fin, Charly quiso seguir con José Luis Fernández y Oscar Moro en Serú Girán. Pero Fernández decidió tomar otro camino. “Le dije a Charly: ‘Mirá, disculpá, pero me voy a ir con los chicos de Crucis a vivir a Estados Unidos’. Creo que hasta el día de hoy no me lo perdona”, recuerda.

Fue, quizá, la primera vez que alguien se animó a decirle que no, aunque en esa negativa también había una forma de admiración: “Me costó muchísimo tocar con un tecladista después de haber tocado con él”, concluye.

Vivo bajo la tierra, vivo dentro de mí

Por más de tener una extensa y reconocida carrera dentro de la música popular argentina, Fernando Samalea lleva con mucho orgullo la etiqueta de ser “el baterista de Charly”. Lo acompañó en discos consagratorios de su carrera solista, como Parte de la religión (1987), Filosofía barata y zapatos de goma (1990) y La hija de la lágrima (1994). Y aunque conoció todas las facetas del artista –compartieron más de 40 años de giras, grabaciones y conciertos–, Samalea no puede olvidar al García “veinteañero de pelo largo, excéntrico y soñador, que desafiaba los moldes de una sociedad que fabricaba productos en serie”.

“Fue pionero del metaverso”, exagera con cariño el baterista y bandoneonista, que considera que cada material de Charly fue también una película y una forma de “traerle sofisticación al rock”: Pubis Angelical, Clics Modernos, Piano Bar. Cada composición estaba acompañada por visuales, escenografía y teatralidad. “No hay separación entre su música y la estética. Hacía que todos estemos atraídos bajo su encanto. –continúa Samalea–. Nos regaló una nueva forma de existir en un universo que mezclaba mitología griega, el humor de Groucho Marx y Mel Brooks, cine de culto y de no tanto”.

“Yo solo tengo esta pobre antena/ que me transmite lo que decir/ una canción, mi ilusión, mis penas/ y este souvenir”, canta Charly García en Chipi Chipi, de La Hija de la Lágrima. Pero para Hilda Lizarazu, que con Samalea formó parte de “Los enfermeros” –que acompañó a Charly durante los comienzos de los noventa– “esa pobre antena no es tal”: "Es una sensibilidad de 360 grados, que le permite conectarse con el mundo real a través de sus letras, desde Sui Generis hasta su última canción en inglés con Sting", asegura a Página|12.

Cada día de Charly –cuenta Hilda– estaba marcado por la composición y la escucha obsesiva de vinilos de otros artistas. Pero esa intensidad convivía con momentos de mucha calidez: “Durante las giras salíamos mucho a andar en bici y a nadar. Tenía muestras de afecto que revelaban un lado profundamente humano”, dice, y agrega: “Es un tipo con una humanidad generosa y todo eso se ve reflejado en su obra y en sus palabras. Por eso recibe baldazos de amor constante de generaciones de argentinos”.

No veo televisión ni las revistas

Rosario Ortega, voz de su última etapa, conoció a Charly entre la genialidad y lo cotidiano. “Tranquilamente podría haber sido un artista plástico”, recuerda Rosario, que junto a Samalea, Fabián "Zorrito Von" Quintiero y Joaquín Burgos crearon Beats Modernos, una banda que se presentó este martes en Vorterix para "celebrar al universo García". 

Mientras ríe y camina por la ciudad, cuenta una anécdota que define esa mezcla de excentricidad y generosidad: “Le dejé una guitarra en su casa y, cuando me la devolvió, estaba toda intervenida con dibujos y marcas. Pero nunca pensé que me iba a poner tan feliz de que alguien me devolviera una guitarra así”.

Pero Charly también tiene intereses más banales, que lo acercan al humor y lo popular. Rosario se sorprende con su fanatismo por los programas de chimentos. “Ese mundo delirante lo divierte. Me gusta eso de él, porque te muestra un costado opuesto: no tiene nada de snob”, asegura. Y justifica: “Es que siempre estuvo muy cercano a personajes coloridos como Maradona o Carlos Saul, era un espacio en el que se sentía cómodo”.

Joaquín Levinton, muy cercano a García durante las últimas dos décadas, complementa esa visión con su humor característico: “Sus canciones son como el manual de Kapelusz, con canciones y una forma de vida te educan muchísimo. Si tuvieras que armar un manual de instrucciones para pasar un día con Charly García, la primera página diría: aerosoles, quitamanchas, teclado, martillo, ganas, auto, tabla de planchar y matafuego”.

En las palabras de Ortega y Levinton se escucha todavía esa voz que no puede ser domesticada. “A Charly se le perdonan cosas que a otros no. Todos tenemos contradicciones, él las tiene”, cierra Rosario.

Alguien en el mundo piensa en mí

Roque Di Pietro, autor de Esta noche toca Charly (Gourmet Musical), resume a este diario la tensión de toda una vida: “La obra de Charly estuvo atravesada por la lucha de un individuo ante una clase de poder que lo oprime. Lo vivió con el colegio, la familia, los gobiernos, el desencuentro de los vínculos, las drogas o, directa y especialmente, la muerte”. Entonces, quizás Charly García nunca fue un artista incomprendido, sino al revés: tuvo un mundo que le quedó chico.

Nito Mestre, que lo conoce desde los días en que apenas eran dos adolescentes con guitarras y auriculares, cree que “ya está más allá, convertido en un clásico, un Mozart del rock que seguirá marcando generaciones”. Y completa Samalea: “Hay algo de su personalidad que hilvana todas las expresiones culturales de nuestro país. Charly sigue dictando el camino y las normas”. Fernández confía en que ya está al nivel de Beethoven y Rosario Ortega, la más joven de todos, lo mira desde la cercanía y la contradicción: “A Charly hay que quererlo como es, con todos sus mundos. Es un genio con contradicción y amor. Me hizo ver lo que significa ser genuino y no transar”.

Pero más allá de las reflexiones y posibles lecturas sobre la vida y obra de Charly García, la respuesta completa siempre se encontrará en sus canciones. “Nunca me preocupo por las cosas, lo hago a mi manera”, canta en su última canción con Sting.

Al resto, no nos quedará más que aceptar que su música y su vida son un espejo en el que seguimos viéndonos todos y que, cuando el mundo no alcanza, uno puede inventarse otro. Nota aquí.








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