Medio siglo sin Cátulo Castillo, el poeta existencial del tango
Autor de "Tinta roja", "Silbando", "Desencuentro" y "La última curda", entre otros clásicos
Fue una de las grandes plumas de la música popular argentina, además de gestor cultural. Debido a su lealtad al peronismo, fue silenciado por la Revolución Libertadora.
Vaya a saber qué presagio del destino hizo que su padre recurriera a dos poetas de la antigüedad romana para nombrarlo: Ovidio y Catulo. Porque Castillo, poeta y compositor de cuya muerte se cumplen hoy 50 años, portaba esos dos nombres, aunque se lo conociera por el primero. El de Catulo, vate que a la poderosa y despiadada Roma anterior a Cristo opondría un sentido romántico de la vida, a través de su poesía existencial. Algo intuía sobre ello don José González Castillo, pues, el padre de Catulo, un dramaturgo y poeta anarquista de los de principios de siglo –pasado- que le quiso poner Descanso Dominical, pero no lo dejaron. La intuición paterna no falló. No salió anarquista el pibe sino peronista -porque además del arte y el pueblo, amaba a la patria- pero sí poeta, como el nombre guiaba. Maravilloso poeta cuyos tangos persisten, sublimes, inmaculados, en lo más alto del imaginario musical y poético argentino.
Nacido en agosto de 1906, cuando la historia del tango iba por “El Choclo” de Ángel Villoldo y promediando lo que los historiadores llaman la eclosión de la Guardia Vieja, Ovidio Catulo Castillo tuvo su primer gran paso cuando el mismísimo Carlos Gardel grabó un tango que llevaba su joven rúbrica: “Caminito del taller”. Dotado ya de una impronta popular, el tema –cuya música también era suya- contaba la vida de una joven laburante costurera y su travesía hacia su lugar de trabajo durante un día hielahuesos, que le provocaba toz seca y tenaz “caminito al conchabo y a la muerte”. A ese temprano período autoral corresponden también otras piezas que dejaban entrever su talento. Entre ellas, “Organito de la tarde”, cuya música compuso a los 17 años. “El aguacero”, canción pampeana con letra de su padre José que, además de anarco, era dramaturgo, libretista de cine y rosarino. Y “Silbando”, cohecha con otro monstruo que aparecerá mucho al lado suyo: Sebastián Piana.
Justamente Piana, compositor de extraordinaria creatividad junto a quien Castillo ingresará al período más intenso de su vida estética, vía “Tinta Roja”. La tremendamente bella “Tinta Roja”. Estrenada a través de la voz del “Fiore” Fiorentino y la música de Aníbal Troilo y su orquesta en octubre de 1943, el tema recién prendió mecha en la década del sesenta cuando pasó por las voces de Miguel Montero, Jorge Sobral y Alberto Marino.
Tremendamente bella y singular, “Tinta Roja”, porque en ella la nostalgia se torna dolorosa, romántica y existencial a partir de los colores. Nostalgia y amor, pues, que destellan juntos y precisos como marca indeleble en el derrotero cancionero de Catulo. De “Tinta Roja” a “Caserón de tejas”. De “Caserón de Tejas” a “María”. De “María” a la oscura, dolorosa, áspera “Desencuentro”. Y de todas ellas a la saga de últimas cosas con que Catulo deslumbró ante todo. “El último farol”, “El último café” y –mi dios- “La última curda”.
Sagaz y aguerrido, Catulo también haría de su pluma un arma cuando en ese enfermo 56` escribe “La última curda” como reverso de los años felices, donde la vida de trabajadores y trabajadoras -como aquella costurerita de los años veinte- se había convertido efectivamente en una herida absurda. Dos voces de las grandes la harían suya para hacerlas del pueblo. Edmundo Rivero primero y Roberto Goyeneche, después. Toda la letra es de una oscura e incomparable belleza, claro. Pero dos frases son las que denotan la trompada poética de Catulo, que también era boxeador. Esa del “el hondo bajo fondo donde el barro se subleva”, resuena de algún modo a la del peronismo según Raúl Scalabrini Ortiz. Y aquella otra, de sublime estirpe ensoñada. Nota aquí.
0 comentarios:
Publicar un comentario