“Me desgarro y me desvivo cantando: mi arte no es decorativo”
La cantante, compositora y pintora chilena de 42 años, afincada en México, estrena ‘Femme fatale’, álbum que supone su venganza creativa frente a una infancia de abandono, pobreza y abusos. “Lo logré: estoy mejor que nunca”, confiesa.
Mon Laferte está concediendo entrevistas en la ultramoderna sede de su discográfica en Madrid, rodeada del habitual despliegue de medios y asesores de las grandes estrellas. Y lo es, ciertamente. Esta mujer menuda y a la vez rotunda que se crece dos palmos cuando canta, tiene en su casa cinco grammys latinos y ha vendido cuatro millones de discos. Así que sus colaboradores se adelantan a sus deseos y cuestionan al fotógrafo ideas a las que ella, luego, accede encantada. Se trata de retratar las luces, pero también las sombras de su mirada. Y ella misma las narró ―un padre que la abandonó, una infancia en la pobreza, unos abusos en el ámbito familiar― en el documental Mon Laferte, te amo, estrenado en Netflix en 2024. Resueltas las fotos, Laferte rehúsa el set preparado para la entrevista, con tres metros entre silla y silla, y nos sentamos en un sofá recogido, donde poder mirarnos, incluso tocarnos, durante la charla, que ella caldea con su acento chileno. De diva solo tiene la voz, esa sí, impresionante.
Encantada de conocerla. Confieso que no sabía nada de usted. Pero la he escuchado cantar y he sentido un pellizco. ¿Por qué?
Ay, no sé. A ver, creo que de pronto puedo tener una honestidad un poco brutal e incómoda. Igual viene de ahí lo que te pasó. Creo que mi arte está muy conectado desde lo visceral, desde el sentimiento, a la boca. Eso puede ser, no sé.
O sea, que canta con las tripas.
Totalmente, sí, sí, sí. Cuando me subo al escenario, no hay filtro, no sé medirme ni cuidarme la voz. Yo me desgarro y me desvivo y quiero que me pase la vida entera sobre el escenario cuando estoy cantando. Vocalmente, los matices son desde el susurro al oído hasta el grito más desgarrado, donde me permito, si es necesario, destruirme la garganta para que llegue el mensaje y la emoción.
¿Y cómo hace para templar esas tripas?
Bueno, ya pasé de los 40. A estas alturas de mi vida ya no me cuesta tanto. Pero antes, sí, claramente. Cuando era más joven me sentía como un potro desbocado.
¿Qué pasó a los 40?
Bueno, no sé qué les pasará a otras mujeres, y en otros rubros, pero, socialmente, si eres artista es un momento importante, sientes así como que se te acabó la carrera, la vida. Como que la mujer, si ya no está joven y superbuena y perfecta, adiós. Entonces, sí hay en mí esta preocupación o crisis porque no me siento ni de allá ni de acá. Los 40 son como un intermedio. Y el transitar por ahí siempre es incómodo, porque es salir de tu zona de confort. De los 20 a los 30 todo es un poco parecido. Pero los 40 son como, ok, el principio del fin.
O sea, que yo, con 59, estoy acabada.
Y no. Pero seguro me entiendes. Claro que me emociona lo que viene. Me siento mejor que nunca, más realizada, más tranquila, más segura. Me pregunto cómo voy a ser a los 50, a los 60. Tal vez voy a estar más resuelta, o no. Pero ya no eres esa jovencita. Y hay algo como raro, incómodo.
Habla mucho de incomodidad, ¿por qué?
Mi vida no ha sido nada cómoda, pero es que, además, me gusta pellizcar a los demás. Antes no me daba cuenta, no era consciente. Pero, sí, me gusta moverle el piso a la gente. Porque siento que el mundo, y la música, está pensado para que estemos cómodos: ver la televisión, comprar, divertirnos. Todo rápido, rápido, rápido. Y a mí me gusta lo contrario. Me gusta que me veas, hacer moverte, pararte y que digas: ‘Ok, ¿qué está pasando en mi vida?’. Me encanta regalarle preguntas a la gente. Nota aquí.

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