viernes, diciembre 12, 2025

Silvia Dotta

 La historia de la mujer que por una casualidad descubrió su pasión y hoy es referente del fileteado porteño

Silvia Dotta tiene 58 años y desde los 40 filetea. Estudió diseño gráfico y participó en talleres de actuación, pero su veta esta en otra rama artística: el filete porteño.

Entre las calles plagadas de casas bajas y árboles añosos hay un taller de portón verde lima que resguarda un taller lleno de vida: tarros con agua decolorada, pinceles secos o mojados repartidos sobre las mesas, algunos mates y termos fileteados, otros a medio camino y carteles fileteados colgados en las paredes rojas fuego.

La figura que emerge de ese escenario desbordante de talento es Silvia Dotta con una sonrisa de oreja a oreja y un overol de jean repleto de manchas de pintura.

Sin embargo, para que Silvia llegara a ese taller tuvo que atravesar numerosos cambios. Como si se hubiera desviado del camino las veces necesarias con tal de llegar a destino.

A los 40 años, Dotta sintió que faltaba algo. Había formado una familia, tenía trabajo estable y hasta había cumplido el sueño de la casa propia en Villa Martelli. Pero en lo profesional, la cuenta seguía pendiente. “Me di cuenta de que si quería ser actriz tenía todo para hacerlo, pero no tenía esa pulsión. Ahí decidí enfocarme en mi realización personal”, contó en diálogo con TN.

Lo que no imaginaba era que el destino la iba a cruzar con el filete porteño, ese arte tan nuestro que decora colectivos, carteles y hasta puertas de negocios en Buenos Aires.

Diseño gráfico, actuación y maternidad

Silvia terminó el colegio e intentó formarse en la Escuela Prilidiano Pueyrredón, la llamada “Primitiva Pueyrredón”, pero abandonó al poco tiempo porque fue a visitar su familia a Italia. Al volver estudió diseño gráfico dos años hasta que abandonó. Al tiempo estudió teatro en el taller de Agustín Alesso e hizo el conservatorio de la escuela nacional de arte dramático. La actuación su primer amor: “Ahí me enamoré del teatro, mi primer cambio radical fue hacia la actuación”.

Hizo el taller de Alesso por muchos años hasta que fue al conservatorio de la escuela nacional de arte dramático y dio clases de actuación para primerio y secundario durante 16 años: “Daba clases en nivel inicial, trabaja con niños, hacía teatro y música y las obras anuales”, recordó. También se postulaba a castings, la dedicación a la actuación era plena, hasta que formó una familia.

Cuando tuvo hijos el eje de su vida cambió: “A partir de que fui madre el centro de mi vida fueron mis hijos. Tenía este trabajo —dedicado a la actuación— con la idea que iba a pegar ese laburo como actriz, que al final nunca ocurrió” explicaba con mucha atención.

Silvia hizo hincapié sobre que uno si quiere que algo suceda como quiera, debe tener predisposición y aspirar a ese sueño, pero a veces el enfoque de uno puede verse afectado. “Durante muchos años mi intención estaba más puesta en conseguir trabajos como actriz, pero bueno cumplí 40 años y concretamos otro sueño que fue el de la casa propia”.

El regalo que lo cambió todo

Cuando Silvia alcanzó los 40 años y se mudaron a Villa Martelli se dio cuenta de que sus hijos habían crecido y que podía enfocarse en aquello que sentía incompleto: el ámbito profesional.

Por el lado de la actuación llegó a una conclusión: “Mi marido es actor y tiene una sala de teatro. En realidad si quería ser actriz tenía todo para hacerlo, no lo hacía porque no tenía esa pulsión o deseo. Ahí dije ‘Bueno, voy a abrir las antenas y estar atenta a qué se me presenta’” determinó.

El momento se le apareció casualmente paseando a Tito, su perro, en el barrio al que recién acababan de mudarse. Con él conoció a sus vecinos Freddy y su esposa Susana de León. Los invitó a cenar a su casa y fueron protagonistas de una situación inédita: “Cuando entraron a casa, Susana vio un objeto fileteado colgado de la puerta que me había regalado una de mis mejores amigas para mi cumpleaños 40. A mi me encantaba el filete”, contó. Cuando Susana vio el objeto se sorprendió y le dijo: “Lo fileteé yo, lo dejé en un negocio en San Isidro”.

Las vueltas de la vida resultaron en que el regalo de su amiga, había sido fileteado por su propia vecina. En ese momento Silvia ni lo pensó y le preguntó si se animaba a enseñarle a filetear, a lo que Susana accedió y se forjó un lazo que inició por la vecindad, pero se afianzó por el fileteado.

El flechazo con una técnica centenaria

El aprendizaje no fue fácil. “Arranqué a los 40, sabía que era un camino largo, como aprender a tocar un instrumento. Pero desde el primer día entendí que quería zambullirme en ese universo y darlo todo”, aseguró. Empezó fileteando muebles y objetos antiguos, y se sumergió en la historia y la comunidad de fileteadores, justo cuando las redes sociales empezaban a conectar a los artistas y a darle visibilidad a la técnica. Nota aquí.






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