miércoles, enero 22, 2014

Mario Goloboff

Matilde


Era yo bastante chico durante los tempranos cincuenta, aunque mi hermano mayor Jorge ya me había recitado, hacia finales de la primaria, a veces junto a Héctor Yánover, “Alturas de Machu Picchu” y alguno de los célebres “veinte”: poemas de amor y una canción desesperada. Se juntaban a leer esos versos (y los de Raúl González Tuñón, los de Nicolás Guillén, los de la España republicana, y los de Vladimir Maiakovski, Bertolt Brecht, Nazim Hikmet, Nikola Vaptzarov, Attila József...), a los que sus voces y modulaciones, inspiradas y militantes, hacían para mí aún más hermosos, y grababan hasta hoy, y sin saberlo yo, en mi oído, en mi interior, el gusto esencial por la palabra, el decir, el saber poéticos. Nota aquí.



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