Para salvarse del desastre
De todo, de los hombres, de este tiempo
de sirenas y luces y de pájaros,
nos llega algún aviso del desastre.
Son signos muy pequeños, pero exactos.
Anuncian que está el hombre sin el hombre,
perdido en el desierto de sí mismo.
Hermano sin hermano y sin la carne
donde dejar la mano en la caricia.
Entonces, en el tiempo más oscuro,
buscaremos quien nos guarde de la noche,
quien se acerque a nosotros en la playa,
quien escriba en los rayos un poema.
Quienes rompan el ancho de las horas,
las rutas de los mares océanos,
quien encienda la luz de las estrellas,
fuerte como la voz de los volcanes.
Ellas, ellas, ellas, las mujeres,
las amantes que nunca preguntaron,
que bebieron con nosotros la ginebra
de los puertos y pararon las mareas.
Son hijas del cansancio y de la vida,
las que amanecen siempre a nuestro lado,
las que salen a cuerpo por las calles
y sujetan el mundo a su cadera.
Vienen listas para salvar al ser humano,
para salvarnos del tedio y la mentira,
para hacernos felices y más buenos.
Para arropar nuestro cuerpo del invierno.
Y después dormirán a nuestro lado.
Guardándonos el sueño, haciendo suyos
el verbo y el pecado. Como un tiro
en la mitad del pecho. Tan caliente.
Ellas romperán este desastre.
Sin decirlo, nos guiarán al paraíso.
Aunque esté ya cerrado por reformas.
Y, me temo, sea tarde para todo.
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