EN VERDE
Ya no me reconozco en esos meses
en que tu voz llenaba mis insomnios
y los sueños absurdos me mataban,
en que tu nombre era lo primero
que acudía a mis labios
cuando abría los ojos de mañana.
Ya no soy la mujer que se perdía
en mil versos de ausencia y de tristeza,
una pila de inútiles cuartillas
que siempre terminaban
con el mismo poema
cien veces repetido y siempre nuevo.
No sé cómo pasó que de repente
un día desperté sin pronunciar tu nombre,
sin echarte de menos
en el lado vacío de la cama,
disfrutando en mi piel de algo tan simple
como el viento levísimo de las horas tempranas.
Y no es que ahora reniegue de ese tiempo
que perdí enamorándome
cuando no había tiempo que perder,
sin querer darme cuenta de que había
otra vida, otras calles sin semáforos rojos
que acabaran en una despedida.
No reniego, pasó y hay que asumirlo,
pero ya forma parte del pasado.
De un pasado que ya apenas me araña,
que ya apenas me duele,
una cicatriz más para sumarla
a todas las que llevo en la memoria.
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