YA NADIE FUMA WINSTON
Han prohibido llorar sobre las azoteas.
El gélido metal de las antenas
tirita bajo el cielo abandonado
de febrero. La noche de paredes
donde vivir no es fácil.
Hay tipos duros al final de los bares
que esconden bajo la camiseta
corazones como pulpos mojados.
La noche es de mercurio
como tu espalda entre mis manos
que acarician pasado.
La ciudad allí abajo es una iguana
luminosa y hostil como un frenazo.
Se ha suicidado un periodista
deportivo en su bañera, dicen por la radio.
¿Servirá para algo enamorarse?
¿Servirá para algo? ¿Para nada?
La madrugada deja
un sabor tan metálico en la boca
al besarnos, una luz de quirófano.
Hay un parque de atracciones
cerrado en el pecho de los adolescentes.
A estas horas la noche se refugia
en los teléfonos que suenan, en las luces
tan tristes de los coches patrulla.
Mi corazón sobre la mesa
del depósito de cadáveres,
como una mojada estrella de mar.
La noche que nos llama desde las azoteas,
sus largas avenidas empapadas de frío.
Mi mundo por un rubio americano.
La ciudad a mis pies, llamándome.
Pero tú ya no estás. Y no tengo
ni tabaco ni fuerzas.
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