La rutina
Detrás de mí he dejado algunos males graves.
Y amores y amistades -que yo pensaba eternos-
me dejaron a mí en los días más negros.
Ahora duermo tranquilo, con alguna secuela
y muchas medicinas que matan el recuerdo.
No me quejo de nada. Respiro cada día,
entro y salgo, me queda algún amigo viejo
y otros amigos nuevos me traen nuevos abrazos.
En este bar de pueblo donde estoy retirado
bebo mi vino, escucho y hablo poco y de todo.
De vez en cuando ando bajo un sol de justicia.
Y huelo el heno seco que me huele a la infancia.
Me saludan los perros y miro las cigüeñas
en lo alto del viejo campanario de piedra.
La tarde está bendita por la luz del crepúsculo.
Una mujer reclina su cuerpo junto al mío
cada noche de sueño de este largo verano.
Madrugo. Me despiertan los pájaros del campo,
los mismos que alimenta el Dios del Nazareno.
Y, como ellos, tampoco tengo miedo al futuro.
En fin, que, así las cosas, hoy puedo aseguraros
que, razonablemente, soy feliz y no pido
demasiado a la vida. Solo, de tarde en tarde,
me vence la añoranza, este desasosiego
por lo que he malgastado en mis años perdidos.
(Ser feliz es tan solo una dulce rutina).
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