domingo, junio 19, 2022

Jairo

 Jairo recuerda a su esposa, repasa su vida, viaja a una galaxia lejana y se define como “totalmente geminiano”

Jairo cumple setenta y tres años.

La excusa es esa, pero podría ser cualquier otra.

Siempre resulta interesante dialogar con él.

En estas líneas no se descubre nada al decir que se trata de una persona con un talento mayor y una voz única.

Además, es un tipo culto, “en el buen sentido de la palabra”, como diría Antonio Machado, aunque el español se refería al término “bueno”, que Jairo también lo es, claro.

Pero, en lo que hace a la expresión “culto”, la mención alude a una cualidad que se desprende de él casi sin querer.

Lo significativo es que, lo que en otros suena a impostura con una dosis importante de soberbia, en su persona aparece como una forma de ser donde la humildad le es intrínseca.

Así, cada conversación que lo tiene como protagonista deriva en lugares insospechados, donde las historias se van hilvanando y uno termina pidiendo disculpas por haberle robado tanto tiempo… aunque, por dentro, en realidad, se tengan ganas de decir: “No le molesta, maestro, si charlamos un rato más…”.

También es cierto que, con respecto a otros juegos de preguntas y respuestas de tiempo atrás, ahora hay una gran diferencia, aunque no ausencia.

Lo distinto es que Teresa Sainz de los Terreros, esposa del cantante, corpóreamente ya no está, porque falleció en julio de 2021, pero si aquí se dice que eso no se refleja en un vacío es porque Jairo suele hablar en plural y evocar hechos donde, de alguna u otra manera, ella interviene.

“Era una mujer que tenía una personalidad extraordinaria”, describe el artista, a la vez que acota: “Se encuentra muy presente en la casa”.

Jairo cuenta que está escribiendo un libro autobiográfico, y hace unos días le preguntó a Mario, uno de sus hijos, que vive en París, por alguna anécdota de Teresa, algo que el cantante no supiera o no recordara.

Así, Mario le narró una historia de cuando iba a la escuela secundaria en Francia, en tiempos donde la familia vivía en aquel país, y, ante el estreno de un espectáculo del papá (es decir, Jairo), tras el show, la noche se había eternizado en una cena en un restaurante, con una sobremesa que recién les permitió volver al hogar a una hora muy cercana a la que el joven debía ingresar en el colegio.

“¿Cómo vas a ir a la escuela? Si no has dormido…”, soltó Teresa, quien, para que en la institución comprendieran el porqué de la falta de su hijo, escribió una nota dirigida al director, donde, con una prosa muy respetuosa y amable, a modo de justificativo, explicaba: “Nuestro hijo fue a una actuación de su padre, que es cantante. Por la emotividad, el festejo se extendió y regresamos a casa muy tarde”.

Lo substancial fue lo que puso hacia el final, antes de la firma: “Prefiero que duerma en casa a que lo haga en clase”.

“Así era ella”, ríe con afecto Jairo, que, precisamente, señala que su esposa solía decir “que la época más feliz de su vida fue la que vivió en Francia”.

“Creo que eso está directamente relacionado con la crianza de los chicos, porque cuando nos fuimos a vivir a París, mis hijos eran pequeños, estaban en la escuela primaria, en la edad de formación. Mi actividad era muy vertiginosa, viajaba mucho, y quien se ocupó de los niños, de orientarlos, de estar con ellos, en otro país, donde se hablaba un idioma distinto, fue ella, y me parece que eso, en el fondo, le dio una satisfacción muy grande como persona, como mujer, como mamá. Por eso ella lo relaciona con la mejor época de su vida”, reflexiona el artista, con ese “relaciona” en presente que se cuela para demostrar que los tiempos verbales no nacieron solo para definir lo que la realidad porfía en acreditar, sino, también, como forma indicativa de expresar los latidos en el pecho cuando se nombra a alguien. Nota aquí.




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