MI CASA
Y está tan solo
que ni al deseo llama
(Francisco Caro “Locus Poetarum”)
un teléfono mudo casi siempre,
la música que suena como fondo
de lo que no me atrevo ni a soñar.
Me dicen que la vida
se puede improvisar a cada instante,
pero si a una le atrapa
esta droga terrible de estar sola
y no sabe si llora por el tiempo pasado,
por lo poco que queda por vivir
o si es por esos versos
que acaba de leer y que le han puesto
a Dorian Gray delante de los ojos,
poco se puede hacer más que fumar
y esperar que anochezca
escribiendo el peor de los poemas.
El que hable de una casa grande y llena de niños,
que al volver del colegio preguntaban
está mamá, pidiendo la merienda.
Y mamá, casi siempre,
estaba en la cocina, porque entonces
eso de escribir versos aún no entraba en sus planes.
Había que hacer la cena, mandarlos a la ducha,
revisar los deberes y pensar qué facturas
eran las más urgentes,
al tiempo que miraba de reojo
el rictus de tus labios,
o el ritmo que llevaban tus rodillas,
tratando de intuir tus pensamientos.
Y al final de la noche, con un poco de culpa,
soñar en otra cosa.
Muchos años después
-tantos que aquellos niños ya son padres,
menos el que será un niño para siempre-
mi casa se ha encogido
y se me está olvidando cocinar.
Mi casa se ha encogido
hasta el mínimo espacio imprescindible
para llamarse casa. Y ni siquiera es mía,
aunque eso no me apena
siempre será más leve mi equipaje.
Perdonad, no era esto, no era esto
lo que quise escribir, solo quería
tratar de comprender de dónde vienen
estas jodidas lágrimas.
0 comentarios:
Publicar un comentario