El recuerdo de Osvaldo Fattoruso, a diez años de su muerte
El menor de los "Fatto" era versátil, polifacético y experto en superponer estilos sin temor a represalias puristas.
Que la patria es un suceder, escribió Leopoldo Marechal en su extraordinaria novela Megafón o la guerra. Ahora bien, supóngase que Artigas hubiese triunfado en su idea de patria libre y grande, y que Uruguay y la Argentina fueran parte de una misma nación. Entonces, si la patria es efectivamente lo que el poeta depuesto pensó –que sucede, que no es siempre la misma— y si tal ecuación aplica al sueño de Artigas, entonces evocar a un tipo como Osvaldo Fattoruso tiene sentido: solo hay que trasladar la línea Artigas-Marechal al terreno musical y asunto zanjado.
Con varios músicos -no muchos, en verdad- podría aplicarse la misma “abstracción”. Pero ahora toca con "el Osvaldo", porque falleció hace exactamente diez años. Aquella alborada del 29 de julio de 2012, en vez de estar sentado frente a su versátil batería en algún bar del mundo, se lo llevaba la Parca a tocar con Dios. O con Belcebú, quien sabe. Lo que sí se sabe es que sería imposible contar la historia de la música contemporánea del Río de la Plata –y por qué no en clave artiguista-marechaliana- sin asentar cabeza y corazón en él.
No había que irse muy lejos para comprobar por qué. Con ir hasta ocho meses antes de su fallecimiento, alcanza. Sería como empezar un viaje hacia la semilla -ahora en clave Carpentier- contar el día en que el hermano menor de los Fattoruso tocó por última vez en Buenos Aires. Ocurrió en el Boris Café: privilegiados quienes hayan estado allí, porque el Osvaldo mostró una vez más que la patria de Artigas también era un suceder en términos musicales. Que al candombe antiguo, ultrapercusivo y perenne de los primeros negros rioplatenses podía ensamblársele algo de rock, algo más de jazz, y cualquier fusión que apareciera en trance de jam. Nota aquí.
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