Cien años de ‘Marinero en tierra’
Quién le iba a decir al muchacho que en 1924 publica Marinero en tierra que, un siglo después, estaríamos celebrando su primer libro. Tiene apenas 22 años, es gaditano del Puerto de Santa María, corazón y sueño, y se ha adiestrado en la mirada plástica del arte para recorrer la realidad. Rafael es pintor y siempre lo será, hasta que la pintura se convierta, más adelante, en uno de sus libros más cimeros. Pero ahora mismo, cuando sube la calle Pinar y contempla los chopos que Juan Ramón Jiménez vio plantar a varios estudiantes años antes, Rafael es un hombre joven, de 22 años, que ya posee un caudal poético de tradición honda: es un gran lector que tiene asimilado el Romancero, la lírica anónima castellana, Gil Vicente y el Siglo de Oro; pero también Paul Válery, Louis Aragon o Paul Éluard. A Góngora no sólo lo ha leído bien, sino que tiene pulso gongorino, y lo demostrará en Cal y canto. En fin, que hay un muchacho llamado Rafael Alberti que va a la Residencia de Estudiantes y se encuentra allí con Federico García Lorca, que será para él una especie de alma gemela saludable -muy distinta a esa otra hermandad, mucho más enfermiza, del propio Lorca con Salvador Dalí o Buñuel-, y así se seguirán el rastro en la poesía más allá de la muerte, entre océanos de exilio, hasta que Rafael Alberti entre finalmente en Granada, al volver a España, o estos días, que se le celebra en un congreso.
Y sobre el ancla una estrella es el verso que da título a este congreso dirigido por la catedrática Remedios Sánchez, por el que hemos ido pasando varios poetas de distintas generaciones, escritores, estudiosos y músicos. Paco Ibáñez volvió a cantar A galopar, y de alguna manera muchos de nosotros hemos vuelto a galopar a lomos de los versos de Rafael Alberti. Lo comentaba en Bodegas Castañeda con el poeta y periodista cultural Jaime Cedillo: vuelves a leer a Alberti después de unos años y recuerdas lo buen poeta que es. No sólo su figura titánica cuando regresa a España del exilio y dice aquella frase prodigiosa -«Me fui de España con el puño cerrado y vuelvo con la mano abierta»- que tantos debieran recordar, sino su extraordinario viaje lírico, que recorre cien años de poesía española. Marinero en tierra es el supremo encanto de grutas submarinas, pero ya prefigura la pérdida del paraíso que luego cristaliza en Sobre los ángeles y, más tarde, en toda la poesía del exilio. Su gran tema es España, con todos los registros, en una poesía política en la que siempre late el hombre. Entre el clavel y la espada, Rafael nos sigue mirando, de la Elegía cívica y su ardiente nostalgia. Enhorabuena por este gran congreso granadino: casi parecía que el marinero andaba entre nosotros. Nota aquí.
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