martes, julio 15, 2025

Martín Caparrós

 Las múltiples caras de Martín Caparrós: el escritor, el historiador, el cronista, el viajero

Desde Buenos Aires, cinco escritores y periodistas analizan el alcance de la obra y la figura del autor argentino.

“Tu ciudad es el lugar donde nada o casi nada te puede resultar indiferente. Es, por supuesto, imposible ‘entender’ una ciudad. Pero cuando esa ciudad es la tuya la impotencia se hace más notoria, más múltiple”. A Buenos Aires Martín Caparrós le dedicó esas —y muchas otras— palabras, muchas horas, afanes y desconciertos de su vida. Y recíprocamente, el escritor, historiador y periodista tampoco le resultó indiferente a su ”innegable ciudad”, como la definió estos días. Ya en 2017 lo había declarado ciudadano ilustre y durante la última semana recibió su visita con reconocimientos que incluyeron la distinción como doctor honoris causa de la Universidad de Buenos Aires y un homenaje a sala llena en el Teatro Alvear, rodeado por amigos, familiares y colegas que hicieron una lectura coral de sus memorias, Antes que nada. En las siguientes líneas, los escritores y periodistas Jorge Fernández Díaz, Cristian Alarcón, Paula Pérez Alonso, Daniel Guebel y Cecilia González reflexionan, desde Buenos Aires, desde la admiración o la amistad, sobre la obra del columnista de este diario y su huella en el campo de la literatura y el periodismo.

Jorge Fernández Díaz: en la vanguardia literaria

De niño, yo quería ser detective; Martín Caparrós, en cambio, quería ser viajero. Yo venía de ver el cine negro clásico; Mopi había visto decenas de veces La vuelta al mundo en 80 días. Yo apenas llegué a reportero de sucesos en el sur del mundo, pero él cumplió con creces su propósito primigenio: viajó muchas veces por la Argentina y, sobre todo, por las zonas más recónditas del planeta, y capturó en páginas decisivas —El interior, El hambre, Ñamérica, Una luna— las desigualdades, los dolores, las alegrías y las perplejidades del presente. Y hasta padeció, por el camino, la enfermedad más legendaria y prestigiosa de todo explorador: la malaria, que contrajo en el norte de Uganda. De regreso de tantas aventuras, comíamos un revuelto gramajo en el desaparecido restaurante Hermann, frente al Jardín Botánico de la ciudad de Buenos Aires, donde alternábamos chismes, confidencias y disidencias. Caparrós viajaba para estar solo, y acaso sin la conciencia plena de que se estaba convirtiendo en el Kapuściński latinoamericano. Luego lo venció del todo la pereza de un país repetitivo, agrietado e ingrato, y un día se fue, pero para no volver: construyó entonces su hogar definitivo en España.

Políglota, historiador, ensayista, poeta, cocinero y articulista de opinión, formó parte de la vanguardia literaria, escribió novelas premiadas, hizo literatura oral en la radio nocturna, fue corresponsal en Nueva York, trabajó para Naciones Unidas, dirigió suplementos culturales e inventó diarios, y elevó la crónica a gran obra de arte: Larga distancia, Dios mío, Amor y anarquía y La guerra moderna son muestras de su gran maestría; también La voluntad, aquella faena titánica que encaró para narrar la tragedia de una generación revolucionaria a la que había pertenecido. En España hizo muchas cosas, pero dos al menos resultan paradójicas: se abocó en su casa de Torrelodones a figuras intelectuales de su vieja patria como Sarmiento, Alberdi, Echeverría y Hernández. Y después de devorar en pocas semanas historias cortas de Andrea Camilleri, se atrevió a incursionar también en la novela policíaca, con los “tanguitos de Rivarola”, original saga de seis entregas que se vendió directamente en los kioscos. Su desempeño como maestro de periodistas es crucial: los talleres de Caparrós mantuvieron viva la llama de Gabriel García Márquez en la Fundación Gabo. Lleva vividas cien vidas, y tiene la mochila personal llena de ideas y recuerdos y experiencias. Nos sigue sorprendiendo con géneros nuevos y con relatos inolvidables. La vuelta al mundo no termina. Nota aquí.




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