Es uno de los juegos más influyentes de la historia y se convirtió en un objeto de culto: la mente de creador del “cubo mágico”
Nacido el 13 de julio de 1944, Erno Rubik diseñó un rompecabezas para enseñar a sus alumnos geometría. Lo llamó “cubo mágico”. Sin saberlo, había creado un juego con más de 43 trillones de combinaciones y una sola solución.
13 de julio de 1944. En medio de los estallidos de la Segunda Guerra Mundial, nació en Budapest, Hungría, un niño que décadas después revolucionaría el mundo con algo más que un simple juego: un desafío mental, una herramienta de entretenimiento, una puerta al pensamiento lógico y al diseño tridimensional. Ernő Rubik creó un cubo que cabe en la palma de una mano y pone a prueba la mente de millones de personas en todo el mundo.
El Rubik —o Cubo Mágico— es un rompecabezas tan sencillo como desconcertante que, apenas fue concebido en 1974, se convirtió en un ícono de la cultura pop, de la matemática y del ingenio humano. Su objetivo original era funcionar como una herramienta didáctica para ayudar a los estudiantes a comprender conceptos espaciales tridimensionales. Sin embargo, Rubik pronto advirtió su potencial como rompecabezas.
En 1975 patentó el diseño en Hungría y, en 1977, comenzó a comercializarse localmente. Para 1980, el cubo fue licenciado internacionalmente y distribuido por Ideal Toy Corporation, convirtiéndose en un fenómeno global del entretenimiento y la lógica. En su pico de popularidad durante los años 80, se vendieron cientos de millones de unidades.
De joven arquitecto a creador de un enigma
“Si pierdes la curiosidad es una tragedia. En mi opinión, es el fin de tu vida. La curiosidad por lo que sucederá mañana es lo que necesitas para llegar a mañana”, dijo Ernő Rubik durante una entrevista para el programa Aprendemos Juntos de BBVA.
Su historia comienza en una casa donde la creatividad era parte de lo cotidiano: su padre, Ernő Rubik Sr., era un prestigioso ingeniero aeronáutico; su madre, Magdolna Szántó, poeta, licenciada en Literatura y artista. Entre planos de aviones y versos manuscritos, el pequeño Ernő creció alimentado por dos fuerzas que rara vez conviven en armonía: la precisión de la técnica y la libertad de la imaginación. Esa tensión fecunda marcaría su destino profesional, dándole forma a su legado: una carrera entre la arquitectura, el diseño y el asombro.
Esa doble influencia lo llevó primero a estudiar arquitectura en la Universidad Técnica de Budapest y, más adelante, a especializarse en escultura y diseño en la Academia de Artes Aplicadas, donde encontró un espacio fértil para explorar la relación entre la forma y el movimiento. Ya en los años setenta, como docente, Rubik enseñaba diseño tridimensional: un campo donde las ideas debían adquirir volumen y donde las manos, tanto como la mente, eran clave para comprender el espacio. Nota aquí.
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