Un viejo poema
A José María Sanz, Loquillo
He sobrevivido a cien mil enfermedades.
Escapé del naufragio del Titanic
en aquel mes de abril oscuro y frío.
Y en San Petersburgo,
con el Príncipe Yusúpov,
sobreviví al veneno y al disparo
que no pudo acabar con Rasputín.
Le gané en un saloon perdido de Arizona
al gran Doc Hollyday
su última partida.
Y en la Isla Elefante, ya el Endurance perdido,
fui, por fin, rescatado de la muerte,
tal como prometió al abandonarnos Shackleton,
después de tres intentos
y más de cinco meses de hielo y de ventisca.
Sobreviví a las campañas de Alejandro.
Y en el vacío profundo del espacio,
acompañé a Han Solo
y he logrado
salir de Arraquis burlando a sus gusanos.
Me embarqué con Ahab tras la ballena.
Con Jack London
busqué el oro y la aventura en el Klondique.
Llegué a Marte con Bradbury.
Con Cárter
encontré a Tutankamon en su tumba
sin que me alcanzaran letales maldiciones.
Al tranco, fui con Fierro por la Pampa,
entré por pulperías y ranchitos.
Vi al Petiso Orejudo en Ushuaia
y hui con Orellana hasta el Dorado
sabiendo guardar siempre la cordura.
Sobreviví en Madrid a alcaldes y automóviles,
y al vino peleón de sus tabernas.
Anduve por sus calles como un héroe
que regresa de Troya con Ulises.
Todo lo he soportado. Y lo he sufrido.
También me sobrepuse
al dolor, lamiendo mis heridas,
preparándome para una nueva lucha.
Y sin embargo,
ya ves, quiero ahora confesarlo:
Sobreviví a peligros innombrables.
Mas nunca he conseguido
sobrevivir, amor,
a una noche sin ti
ni a la cama vacía que dejaste.
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