Un dios loco
Que vuelva pronto todo. Lo que amamos.
Mis calles y tus calles, el comienzo
de todo lo que fueron días de gloria,
las luces de la noche más hermosa.
Que vuelvan esas calles, cuando era
la ciudad un misterio tan sencillo
como el vino peleón de las tabernas,
el brillo del neón en el asfalto,
ese olor a café y a cigarrillos.
Ahora andamos buscando cada tarde
los recuerdos pequeños: una cita
sin pensar, para nada, para vernos,
para hablar de pavadas y que pasen
las horas del reloj sin darnos cuenta.
Y tomar unos vinos y pasarnos
de bar en bar y el tiempo sea un suspiro.
Y que la lluvia nos pille sin paraguas
y nos empape - qué importa- hasta los huesos.
Y, luego, como niños sin escuela,
saltar en cada charco, entrando en todas
las tascas más infames y más bellas.
Y pedir otra ronda a pie de barra.
Y que vuelva ese ruido de los bares,
el golpe de los vasos en el mármol,
el dulce tin-tin-tin de cucharillas,
el “qué se debe” y “ponga usted la última”.
Los paseos por plazas solitarias,
ese afán de cambiar el universo.
Las noches asombrosas y los árboles,
el claxon de los coches en la niebla.
Al fin y al cabo, no pedimos tanto
-la calle, la taberna, los amigos-,
solo lo que un dios maldito y loco
nos arrancó del alma y hoy lloramos.
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