Divididos volvió a hacer historia en Vélez
Junto a invitados como La Renga (en pleno) y Gustavo Santaolalla, la Aplanadora del Rocanrol dio muestras de su categoría rockera ante unas 45 mil personas.
“Es una revancha”, dijo Ricardo Mollo al momento de justificar su reincidencia en un estadio, a 28 años de ese debut en Vélez que para Divididos tuvo sabor a poco. Además de reconciliarse con el deseo de volver a intentar un show propio en esa circunstancia, el trío se amigó también con la idea de renovar su relación con el periodismo. Distancia que mantuvo a rajatabla hasta que hace siete meses convocó a una conferencia de prensa, en el Teatro de Flores para hablar sobre la celebración de sus 35 años de trayectoria. Si bien se trata de un aniversario raro para conmemorar, no fue una decisión descabellada. Con esos dos dígitos se festejan las bodas de coral, al tiempo que la Biblia los cita para dar cuenta del “estado de gracia”. Pero más allá de lo cabalístico o lo significativo, en esta tertulia, medio al pasar, el frontman deslizó a qué se debió este recital: “Estamos tocando y nos gusta, y más cuando terminamos. Ahí entendemos que ese espacio es el mejor de nuestras vidas”.
En la noche del sábado, Divididos regresó a Liniers e hizo nuevamente historia. Ya la había hecho a partir de su linaje, así como por sus himnos, sus discos y hasta por su perfomance. Y es que el grupo subió la vara de la estética sonora de los recitales en la Argentina. No sólo en el rock. Sin embargo, su obra necesitaba ser reivindicada y revisitada de otra manera. Esta vez lo logró. Las tres horas que duró su actuación fueron caviladas y repasadas una y otra vez. Se notó, incluso en los detalles, pero eso no le restó espacio a la improvisación. Eso lo confirmó el propio Chizzo Nápoli, cantante y guitarrista de La Renga, tras consumar su invitación a rehacer una encarnación más filosa de “Sobrio a las piñas/ Quién se tomó todo el vino”. De pronto, en un gesto de generosidad invaluable, y asimismo como un acto político (de esos que se extrañan tanto en la música local) frente a la prohibición que tiene la banda de Mataderos para tocar en la ciudad de Buenos Aires, Divididos le cedió el escenario.
El bajista “Tete” Iglesias y el baterista “Tanque” Iglesias se sumaron al rapto, junto al violinista Javier Casalla, quien ya había incursionado en el show, y tocaron “El final es en donde partí”. Nadie entendía nada. Tampoco había que ponerle mucha cabeza, sólo emoción. De repente, el estadio estaba en otro recital. El metarrecital, en tiempos de metaverso. Aunque ese clásico auguraba la conclusión de la ceremonia, Mollo presentó al otro trío argumentando que “hay unos que no tocan en Buenos Aires desde hace mucho tiempo”. Chizzo recogió el guante, al igual que el instrumento, y explicó que con esa viola había grabado “Despedazado por mil partes”. Advenimiento de la locura colectiva menos imaginada, sí, pero no fue la única. Los músicos invitados (destacaron asimismo la cantante Amapola Lee, el grupo de folklore Tres Mundos y la guitarrista Nana Arguen) desfilaron por el escenario a partir de la segunda hora. Algunos eran más conocidos por el público, otros no tanto. Pese a ello, lo relevante es que fueron funcionales a la canción. Nota aquí.
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