sábado, agosto 23, 2025

Carlos Salem

 Carlos Salem: la disciplina del desorden permanente

Aníbal Malvar conversa con sus cigarras particulares para que le canten qué podemos leer en este verano de canícula y siesta.

Carlos Salem (Buenos Aires, 1959) es escritor y profesor de poesía. Llegó a España en 1998 y durante años se ganó la vida como reportero en periódicos locales de Ceuta, Melilla y, ya instalado en Madrid, colaboró con Cosmopolitan, Marie Claire y otras publicaciones. En 2006, junto a unos amigos, funda el bar Bukowski en el barrio madrileño de Malasaña, cuna de La Movida. El Bukowski era un bar netamente literario, aunque también se permitía beber, y mucho. La taberna celebraba jam sessions poéticas y enseguida se convirtió en el corazón de la cultura vagabunda, maldita y noctívaga de Madrid. Llamó también la atención de escritores ya populares, académicos, poetas laureados, editores en busca de autor y grandes medios de comunicación. Sergio Fanjul lo describió en El País, en 2009, como "el bar de los letraheridos". La gentrificación acabó con el mítico Bukowski en 2013 y también terminó echando del barrio a Salem hace cuatro años. "Pero no digas dónde me he mudado. No por los fans: por los acreedores". Ha publicado 50 libros: novela, narrativa infantil, poesía, cuentos. El último, Tango del torturador arrepentido (AlRevés, 2024).

Autobiografía

Si tuviera que definirme, creo que como novelista soy un buen poeta y como poeta soy un buen novelista. Lo que más me gusta de la calle, de la noche, es que ves miles de historias pasar y te dices: ¿por qué no las escribo a mi manera? Puedo estar saliendo seis noches seguidas y seiscientas sin salir. Salgo a observar y me encierro a escribir. No me gusta salir por salir, como no me gusta la vida ordenada. Soy un desorden permanente.

Tu Malasaña, la del Bukowski, hoy día es irreconocible.

Es una queja muy general. Pero todos los barrios y todos los bares y barrios de Madrid ya estaban reciclándose. Me largué porque estaba hasta la polla de Madrid. Carabanchel está gentrificado. Vallecas también. Cuando abrimos el Bukowski en 2006, Malasaña ya se estaba gentrificando. Los bares de allí eran una leyenda, y los turistas iban a contemplar la leyenda, en busca del portal donde había muerto tal músico famoso por una sobredosis, a rastrear caras famosas, a escuchar a tipos que contaban leyendas (algunos las habían vivido, otros no). Malasaña no es hoy tan distinto al de hace veinte años. Lo veo igual. Supongo que sí sería muy distinto al de los 80, que no conocí. Yo he vivido en ciudades pequeñas, como periodista, y podía también salir tres o cuatro noches a bares donde daban conciertos y poesía, y hacía lo mismo, sentarme en un bar y tomarme cinco copas mirando el botellero y pensando o escuchando.

La noche.

La noche, muchas veces, ha sido mi excusa para estar solo por ahí. En la noche también hay mucha falsedad, mucha mentira, muchas historias de tipos que creen estar haciendo algo cuando no hacen nada. Y luego está la gente que de noche y de día es la misma, que es la gente que te quiere conocer y a la que tú quieres conocer, y esa es la que vale la pena. Eso sí, nuestra verdadera cara es la que usamos de noche.

La leyenda, ya que hablamos tanto de leyendas, dice que tú eres escritor de bares.

¿Sabes qué? Yo tengo muy mala letra. Una letra tan horrible que cuando la gente me pide una dedicatoria, al año siguiente, en el mismo festival o en la misma feria, me traen el libro para que les descifre qué coño había puesto. Así que no escribo en los bares. Lo que sí hago en los bares es observar. Tú te vas a cualquier bar y espías un montón de historias que empiezan. Yo escribo cómo  terminan. Porque la vida es muy hija de puta. La vida es muy mala escritora de finales, y por eso los escribo yo.

Me sorprendió mucho que en tu última novela, Tango del torturador arrepentido, arrancaras en tu patria, concretamente en Buenos Aires, al inicio de la dictadura de 1978. ¿Qué pasó? ¿Reconciliación con los orígenes?

Yo ya venía con esa idea en la maleta en 1987 o 1988, cuando llegué aquí. Quería ser periodista, quería ser escritor, ya había escrito un par de cuentos. Pero desde muy joven sentí que no tenía mucha prisa en escribir aquello. No quería ser una joven promesa, como ahora no quiero ser una vieja gloria. Solo quería escribir algo que me gustara. Traía un montón de ideas y un montón de historias. Y esta era una. La vieja historia de que te encuentres en la iglesia o en el teatro con el torturador de tu padre, de tu hermana, de tu novia o de tu hijo. Esa impunidad, y también la venganza, son temas que siempre me han llamado mucho la atención. Como aquella historia de un tipo que había asesinado a 355 personas porque le habían matado al perro. La venganza te deja vacío también. Es una represión, en muchos sentidos. Y fue importante para mí sacar este libro el año pasado porque es mi libro número 50 desde 2007, que empecé a publicar. Si me mato en un avión o en la moto, no quiero dejar de publicar este libro. Tenía posibilidad de lanzarlo el año que viene, que se cumplen los cincuenta años del golpe de Estado, del inicio de la dictadura argentina. Pero seguro que algún gilipollas iba a decir que era oportunismo, y como no iba a saber quién era, para partirle la cara, me iba a sentir mal. Soy cualquier cosa menos oportunista: soy estúpido. En vez de sacarlo el 25, lo saco el 24. Nota aquí.



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