El pueblo
Pega el sol como el golpe de un dios malo.
Y un viento seco y duro, por las calles
desiertas del verano, nos abrasa,
levanta en remolinos la calor.
En la esquina de sombra un par de viejos,
tan viejos como yo -como yo mismo
cansados y dolientes- me saludan:
“Al avío”. Quedan luego murmurando.
Yo, forastero extraño en tierra extraña.
No hay nadie por la plaza. Ni siquiera
un perro que dormite bajo un árbol.
Más allá, por el monte, secarrales
de piedras y matojos, las encinas,
adustas, besan ya los cielos altos.
Es un pueblo perdido y yo, perdido.
La mañana se viste de añoranza.
Un pájaro, muy lejos. Un silencio
que hiere los sentidos. Esta noche
rezaré a las estrellas. Y a tu lado.
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