Cada vez hay más gente que se ha ido de nuestro lado. Más telefonos que no nos atrevemos a borrar de nuestras agendas
Esas cosas pequeñas que nos abren el pecho:
no borrar el teléfono de quienes ya se fueron.
Y a veces, muchas veces, desear que contesten
y nos digan que todo sigue bien. Y nos digan
que es un día perfecto para dar una vuelta
y recorrer las calles y comer en alguna
tabernita perdida con papel en las mesas
y amable camarero y parroquianos viejos.
Los teléfonos muertos. Ese dolor tan suave
de las voces perdidas que esperamos insomnes
en las noches sin nadie, de soledad y frío.
Es un puente ya en ruinas que no va a ningún sitio,
una estación desierta, abandonada, oscura.
Trenes en vía muerta de recuerdos lejanos.
La añoranza de un nombre, la sonrisa tan viva,
esa luz que inundaba entonces el teléfono
el ruido, la palabra que es ahora silencio.
Es como si al borrar ese número amado
tacháramos con él el pasado, los rostros
que nos dieron la vida con sus vidas, que hicieron
nuestro nombre su nombre en la cálida carne.
Y aún están con nosotros en la agenda del alma.
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