Y DE REPENTE UN DÍA
Y de repente un día despertamos
con nuestro mundo vuelto boca abajo.
Esta vez nuestros ojos
no iban a contemplar la primavera
que afuera reventaba ajena a este desastre,
mientras todos en casa, detrás de los cristales,
mirábamos las calles desahuciadas,
sin niños en los parques, sin viejos paseando,
sin jóvenes riendo y amándose en lo oscuro.
Hubo tres lunas llenas, brillantes y rojizas,
colgadas en el cielo para nadie
−ya no escribían versos los poetas
ni se besaban los enamorados
bajo su luz de plata−,
solo para los gatos callejeros
que maullaban hambrientos
ante el cierre de acero de los bares.
Dejamos de mirar a los desheredados
porque ahora nosotros –¡ay, nosotros!−
debíamos pensar en lo perdido,
en los días de vino y rosas de ayer mismo,
lamernos las heridas y masturbar el miedo;
había mucha prisa en buscar un culpable
y comenzar a odiarnos con la cara tapada.
Se hicieron infinitas las distancias,
la tierra se volvió un campo de minas;
no leíamos cuentos a los niños,
había que contar las cifras del espanto,
comparar el montante con los otros países
y, con un vergonzante regocijo,
celebrar si sumaban
unos pocos más muertos que nosotros.
0 comentarios:
Publicar un comentario