martes, septiembre 14, 2021

Rodolfo Serrano

 Ciudades

Me matan las ciudades donde he sido
feliz, aunque no me diera cuenta.
Las ciudades con lluvias y con niebla,
mujeres misteriosas y fatales
y bares protectores como abrazo
de amigo en lo peor de la tormenta.
He sido muy feliz por esas plazas
de Córdoba, a la caída de la tarde,
con los últimos pájaros buscando
el refugio de nidos y de árboles.
Y el medio con amigos y sin prisa,
la frescura de iglesias y de fuentes,
ese olor de azahar que te emborracha.
He llorado en Lisboa por sus calles,
en los cafés donde nunca entró Pessoa,
aunque guardan todavía su nostalgia.
Y escribí algún poema en Leningrado,
en un hotel infame (funcionarias
silenciosas vigilando los pasillos).
Conocí en Buenos Aires al Polaco.
Recorrí las librerías por la noche
de la calle Corrientes y, en San Telmo,
cerveza y cacahuetes con Romano.
Y Emiliano, en El Árbol. Y con Demian
nos arrastraba el río infranqueable.
Los amigos calando hasta los huesos.
Me deslumbró la luz en Mar del Plata
y subí a El Cerro, allá en Montevideo.
Y en La Habana aspiré todo el perfume
de hierbabuena y ron. Y una mulata
me regaló un habano que ella misma
había torcido en su muslo de canela.
Me matan las ciudades que me hicieron
feliz y a las que siempre yo he querido
volver. París. Las tardes de Venecia,
San Sebastián, tan lejos Ushuaia ,
ese pueblo perdido de Castilla,
o Los Ángeles que nunca he conocido.
Más dejadme, dejadme que os confiese:
de todas las ciudades que me matan
Madrid está, sin duda, la primera.
(Y no os diré por qué. Ni falta que hace.
Madrid me mata siempre sin motivo).
Foto de Raul Cancio.



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