miércoles, noviembre 23, 2022

Christian Masello

 Dicen que Pablo Milanés murió…

cen que Pablo Milanés falleció en Madrid.

Tenía setenta y nueve años.

Cualquiera que haya contado con la posibilidad de escucharlo en vivo sabe cómo es la voz de un dios de ébano.

Entre las cosas que tiene esto del periodismo, está lo de conocer a gente que uno cree inalcanzable.

El asunto es en especial grato cuando hablamos de artistas.

Porque con aquellos que siempre nos sentimos cercanos a partir de su obra existe una conexión desde antes de empezar a conversar.

Puede ser que, en alguna ocasión, alguno se distancie de la idea que teníamos sobre él y la impresión no sea del todo buena, pero, en general, me ha ido bien.

Aunque solemos no percatarnos, son humanos y pueden tener días mejores que otros, pero cuando me ha tocado dialogar con alguien a quien admiro, casi siempre, al terminar la entrevista, tuve una sensación de lealtad conmigo mismo, en el sentido de decir: “No me equivoqué cuando comencé a escucharlo, o a leerlo, o…”.

Es decir, oír de cerca la voz de quien supo deleitarnos el alma nos traslada al momento en que descubrimos sus creaciones y se produjo el encantamiento.

Al haber podido hablar con varias de esas personas, uno va perdiendo el nerviosismo que normalmente tendría en una situación así.

No es que se lo tome como algo normal, se siente un cosquilleo, pero no paralizante.

Sin embargo, aquel sábado 9 de abril de 2011, cuando me encontré con Pablo Milanés, me temblaban las piernas.

Nos reunimos en el bar del hotel porteño donde él paraba.

Parecía un buda de tez morena.

Pronto, la calma que emanaba de su ser me inundó y los nervios se despejaron.

Hablamos de temas diversos.

Por ejemplo, sobre los instantes dedicados a la composición. Mostrando una coincidencia con Joaquín Sabina, Pablo dijo: “Parece que nosotros tenemos una tendencia, cuando estamos felices, a irnos por ahí, divertirnos, y cuando somos infelices nos dedicamos a la pluma y reflejamos lo que espiritualmente sentimos. Creo que por eso la tristeza nos lleva a la creatividad. La verdad es que, en los momentos en que soy feliz, antes que sentarme a escribir y a trabajar, prefiero dar una vuelta”. Nota aquí.


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