La huida
Me iría a cualquier sitio.
Y sin mirar a nada, tomaría
cualquiera de esos trenes que me lleven
de mi pobre memoria, casi olvido.
Volvería a vivir lo que he vivido
en una librería en el otoño,
el café contemplando el aguacero
a través de un cristal y con la lluvia
-tristeza de la lluvia- mansa y suave.
En cualquier ciudad ahora lejana.
Con calles y con plazas en penumbra,
y un puerto que adivino en la distancia,
con olor a pescado y a gasoil.
Y un farol alumbrando la añoranza
de tanto corazón en las aceras,
el ruido de automóviles, los bares,
gramolas con canciones olvidadas.
Hay días que me puede la nostalgia
-un sonido, un olor, una caricia-
y, entonces, tomaría cualquier cosa:
un barco y al timón va Joseph Conrad.
O un tren con Campoamor
que escribe y mira
por la negra ventana de la noche.
Quizás un automóvil, veloz, frío,
corriendo en carreteras secundarias.
Marcharse a otro lugar.
Donde me espera
la vida y lo que fuimos en los sueños.
Y quedarme a vivir -no importa donde-
donde esté el corazón que me amó tanto.
0 comentarios:
Publicar un comentario