miércoles, mayo 03, 2023

Rozalén

Rozalén vuelve a Albacete: una navaja, una madre “muy Almodóvar” y las grabaciones en la tumba de su padre

Aclamada como una voz destacada por su conciencia musical, la cantante es premio de las Músicas Actuales y tiene un Goya. Viajamos con ella a su ciudad natal para entender la ‘rozalenmanía’

Rozalén saca la navaja. A mitad del paseo por el centro de Albacete, se detiene y mete la mano en el bolsillo para mostrar una navaja que le regaló su padre. “Para él, como para todos los albaceteños, las navajas son muy importantes porque todo lo solucionan. Por eso, siempre se regalan”, explica. Ella la lleva consigo y la enseña orgullosa, como si fuera un objeto mágico, que le conecta a su padre fallecido y a su tierra. Acaba de dejar atrás el Pasaje de Lodares, la preciosa edificación de arquitectura modernista creada a principios del siglo XX a imagen y semejanza de las galerías italianas y uno de los lugares más emblemáticos de Albacete. Es entonces cuando, navaja en mano, reflexiona sobre lo trascendental que es para ella estar “conectada con los ancestros”. Tiene ese regalo de su padre, pero también las canciones. “Cantar folclore también es recordar a tus ancestros. A tus abuelos, a tus padres…”, dice, mientras el filo del metal reluce en la mañana soleada. Su intenso brillo parece simbolizar el de María de los Ángeles Rozalén Ortuño (Albacete, 36 años), conocida artísticamente con el apellido de su padre, una artista que ha viajado hasta su ciudad natal para celebrar una década de carrera y hundirse en su pasado con el fin de explicar todas las señas de identidad de su aclamada música folclórica.

El paseo prosigue y la navaja sigue en la mano de Rozalén, que actualmente vive en Valdemorillo, en Madrid. Este pequeño cuchillo es como su Rosebud, aquel trineo que citaba el protagonista de la película Ciudadano Kane porque le recordaba a los años inocentes y felices de su infancia. De hecho, la cantante lo cita en la canción Es Albacete: “La navaja de mi padre / Esa que lo corta todo / Todo menos mi raíz”. Es Albacete se incluye en su último disco, Matriz, una obra que ha cosechado muy buenas críticas desde que se publicó, el pasado otoño, y que le ha llevado a asentarse como una de las voces más importantes de la escena actual después de ganar en 2021 el Goya a la mejor canción original por Que no, que no, de la película La boda de Rosa, de Icíar Bollaín, y recibir el Premio Nacional de las Músicas Actuales, galardón concedido por el Ministerio de Cultura y el más importante en la música española, y que también han ganado artistas como Joan Manuel Serrat, Amaral, Santiago Auserón, Kiko Veneno, Christina Rosenvinge, Luz Casal o Martirio. La canción, una jota representativa de la búsqueda de conexión de Rozalén con sus ancestros, fue la que compuso en honor a su ciudad y que cantó cuando dio el pregón de la Feria de Albacete en septiembre del año pasado. “La vida es toda infancia y esta tierra marcó la mía”, dijo antes de entonar sus versos ante 12.000 albaceteños que se congregaron frente al balcón del Ayuntamiento en la peatonalizada plaza del Altozano. Hoy, mientras pasea por las mismas calles que la vieron crecer, Rozalén no puede dar tres pasos sin que alguien la pare para pedirle una foto o autógrafo, la salude o le lance todo tipo de piropos. Es un rostro tan conocido en la ciudad que, literalmente, es el primero o el último que ven muchos en Albacete: un enorme cartel publicitario con su cara preside la estación de tren de Albacete-Los Llanos porque ha participado en la última campaña turística de Castilla-La Mancha. Este es otro motivo más para que la rozalenmanía sea imparable en tierras manchegas… y ya se haya propagado a más territorios de la Península.

La raíz más profunda de Rozalén con Albacete se encuentra en el barrio de Fátima. Allí, después de nacer en el hospital universitario de la ciudad, se crio en una casa “muy humilde” de 57 metros cuadrados. “No tenía habitación propia”, cuenta al pasar por ella. “Como mi padre trabajaba en Toledo, dormía con mi madre en su cama de lunes a viernes, pero los fines de semana, cuando mi padre regresaba a casa, dormía en el sofá del salón”. Su padre, Cristóbal, era un sacerdote que dejó la sotana por casarse con su madre, Ángeles. “El permiso del Papa tardó en llegar, por lo que, primero, nos casamos por lo civil y, luego, por lo religioso en Torrejón”, cuenta Ángeles Ortuño, “Angelita para todo el mundo”. Angelita y la madre de esta, “la abuela Ángeles”, fueron las personas que más inculcaron a Rozalén el amor por la música. Ambas hacían palmas a la niña y le recitaban poesías en casa y en Letur, el pueblo de la familia materna, enclavado en la sierra del Segura, donde pasaron tantos fines de semana y tantas vacaciones. “Mi María Ángeles siempre tuvo mucho talento”, recuerda su madre, una mujer muy dicharachera, llena de energía e inspiración para su hija. “Mi madre canta mejor que yo”, confiesa Rozalén. “Y es única. ¡Lo que se pierde Almodóvar de no conocer a mi madre!”, añade con una sonrisa kilométrica. Más allá del talento heredado, las tradiciones, tan importantes en tierras manchegas, también desem­peñaron su papel, y su madre quiso mantener una con ella. Dice una tradición en Albacete que, si la primera vez que se le corta las uñas a un bebé se hace detrás de una puerta cantando y el canto es bonito, el bebé tendrá muy buen oído para la música. “Son cosas de viejas, pero funciona”, señala Angelita mirando a su hija, quien ahora ejecuta esta tradición con los bebés de sus amigas. Nota aquí.


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