Valentín Martín nos cuenta por Facebook.
CLAVELES ROJOS PARA FÉLIX MARAÑA
Pronto llegarán las amapolas con su vocación de soledades al campito del suburbio de donde no salgo nunca sin motivos. Anoche, antes de que el sueño portugués expirase en el hermoso libro de Antonio Mata, comprobé una vez más la hostilidad física de la ciudad. Para ir al Ateneo, el mismo de Agustín en los 80, tuve que soportar una axfisia que aterrozaría a Adriano emperador. Casi me bajo del uber y me pongo a caminar por el atascazo. Yo he subido al Almanzor, quede claro que para mí los kilómetros son pan comido. O eran.
Llegué cuando la biblioteca ya se había quedado sin costuras, gente de pie que no quería perderse la ocasión. Antes de someterme a la disciplina del lugar para la voz, frente al gentío, me dio tiempo a abrazar largamente a Rodolfo Serrano, ese inmenso poeta hijo del barro que no conoce la rendición. Y al final, a la joven Irene con quien concuerdo en el amor al padre. Así se cerró el círculo de la emoción sin vallas. En medio, mucha gente y una declaración o varias sobre Félix Maraña que había venido con Koro para iluminar Madrid.
A Félix Maraña y a mí nuestras madres nos nacieron en la misma parte. Él arriba donde los hojaldres más ricos, y yo abajo donde el bollo maimón enamoriscado del café portugués. Él, hermano chico, mejoró la raza: mientras yo segaba el trigo famélico con hocina, él ya manejaba la guadaña para el forraje. Luego la mejora de la raza resultó imparable: yo dormía en cama de viuda sin viuda, y él en palacio de duquesa enamorada de un torero. Pobrecitos los dos, -el torero y la duquesa- se murieron de viejos sin olvidarse de un amor prohibido.
Lo siento por Juan Cabrera (cada día se parece más a Juan Marsé), Lola Álvarez Feito (nada que ver con la Lola espejo oscuro, de Darío) y otros hermanos de Asturias patria querida, pero mientras ellos estaban tras las montañas mirando al mar, nuestra influencia resultó inevitable.
Sí, Félix Maraña y yo fundamos el Estado.
De esto hace siglos, y a ello contribuyeron Amancio Prada y Charo Fierro. Que se sepa.
Anoche dije que Félix Maraña es el hombre más culto que he conocido. No es una hipérbole. Y que su cultura tiene el comportamiento de las cerezas. Un ejemplo: yo hablé una vez sobre la posible confusión de los garbanzos de Pedrosillo el Ralo con los de Pedrosillo de los Aires. Los buenos y famosos son los del primer Pedrosillo, el otro Pedrosillo tuvo su momento de gloria en la endecha española de María Elena Walsh que iba por los teatros con nuestro Juan Diego. Félix Maraña apuntó enseguida y disparó: ahí iba destinado Pío Baroja como médico. Y ante un amago de perplejidad, Félix abundó: le recomendó Unamuno, pero el alcalde no lo quiso. (Ya veis que lo de alcaldes bobos no es de ahora). Y para rematar la función, Félix Maraña me regaló el libro que él editó "Pío Baroja, escritor y médico". En una conversación pasamos de los gabanzos a Pío Baroja, Unamuno, y un libro desconocido pero necesario. Y añado yo: aún se recuerda en Salamanca la conferencia de Félix Maraña en la Sala de la Palabra sobre el destierro de Unamuno en Hendaya.
Me parece que ahora el de las cerezas soy yo. Yo que me puse para el fiestón de Félix Maraña en el Ateneo la camisa blanca que me regaló José Luis Ferris este verano en Santa Inés. Vestido así de gala para sentarme junto a Charo Fierro, José Antonio Expósito, Soledad Serrano, Enrique Gracia Trinidad, Joaquín Lera y Amancio Prada para dar paliques.
¿ Pero no me llevaron para hablar del libro de Félix Maraña? Claro que sí. Esto ha sido sólo la introducción. El libro es " El bosque no es un árbol repetido", muy musical, está dando mucho que hablar y tiene futuro. Una delicia.
( Creo que a la misma hora se presentaba en Lisboa el libro "Claveles rotos" de Antonio Mata y Antonio no estuvo. Está en nuestro corazón nada más).
Qué raro. Al salir del Ateneo el frío de Madrid había huido de las calles.
0 comentarios:
Publicar un comentario