Serrat y las vidas de todos
El biógrafo del músico, que ha publicado recientemente 'Serrat. Se hace camino al cantar', destaca la presencia del artista en la memoria sentimental del público.
Le pesaba en el vientre a mi madre cuando Serrat grabó en un estudio madrileño, con la mente puesta en Concha Piquer, Romance de Curro el Palmo, que demostraba lo mucho que la Andalucía musical le corría por las venas. Ese mismo año de 1974 en el que nací aquel "soñador de pelo largo" que ya entraba en la treintena volvía a pisar el entrañable escenario gaditano del Cortijo de los Rosales, vestido de negro y ya hacedor de himnos atemporales como Mediterráneo o Cantares con Antonio Machado viajando dentro de su guitarra. Decíamos ayer y seguimos diciendo hoy…
Debía tener yo diez años sin gato peludo, funámbulo y necio, y ya buscaba a Serrat en las melodías de las tardes de verano, en los viajes interminables de la niñez, en el tiempo sin tiempo del niño que ya perdí. Los discos del hermano mayor y la historia que Serrat cantaba y que empezaba a ser mía sin tener aún conciencia ni conocimiento de que ya lo era de muchísima otra gente, gentes de "cien mil raleas", de las Españas nada excluyentes y de las Américas de venas abiertas, de la pluralidad y la libertad unánimemente cantada de la mano del poeta Miguel Hernández. Serrat era el verso cantado, el poema dibujado, la "bandera de papel lila, roja y amarilla", pero también la ética, el compromiso cívico, la canción estallante que nos aprendimos de memoria rayando los viejos y manoseados vinilos.
Debía rondar los treinta y me llegó el amor y de su mano la hija naciente y luminosa que un día me dirá adiós. Y pensé que "de vez cuando la vida nos besa en la boca…". Serrat y los amores cantados en la memoria del tiempo y las muchas vidas alrededor de sus canciones, las vidas y alguna muerte -como la de mi padre- bordada en la boca de un día aciago de febrero. Y de fondo Serrat…
En la treintena le dediqué mi primer libro, pero el cantor ya era mucho antes ese espejo en el que uno venía a mirarse y a reconocerse. Escribir sobre él me ha permitido conocer historias íntimas y cotidianas que su música ha propiciado. Debo a Serrat grandes amistades, porque ha sido un camino de vida constante.
Cuando cumplí cuarenta Serrat seguía estando ahí y próximo a cumplir cincuenta mi vida y la del cantautor siguen yendo de la mano y le sigo escuchando en esa intimidad que nos hace derramar lágrimas "cuando nadie nos ve". Todavía siento un escalofrío de emoción cuando me llama o me escribe, cuando percibo su cercanía y su generosidad cuando le solicito alguna cosa ejerciendo muchas veces de intermediario. Nota aquí.
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