Tomar un vino de... 1940. Crece la costumbre de guardar vino y el gusto por las botellas añejas
Por motivos emocionales, pero también porque muchas de estas bebidas mejoran con el paso del tiempo, cada vez más argentinos se suman a esta tendencia que se ve, incluso, en los restaurantes.
Pablo Zabala lleva años buscando y guardando los vinos con los que celebrará –el año próximo– su cumpleaños número 60. En otro rincón de su cava subterránea, donde descansan unas 1740 botellas de distintas bodegas y regiones, se encuentran apartadas aquellas con las que festejará –dentro de 6 años– su 40° aniversario de casado, todas del año en que contrajo matrimonio: 1990. En su cava también guarda los vinos de los años en que nacieron sus hijos, botellas pensadas para brindar con ellos en algún momento especial. De hecho, cada vez que viaja a España, donde vive uno de ellos, Pablo lleva alguna de esas botellas en la valija.
“No me considero un coleccionista, para mí el vino es una pasión”, dice, y cuenta que se reúne todas las semanas con un grupo de amigos para descorchar botellas con varios años o incluso décadas de evolución. “Cuando un vino me gusta, compro un par de cajas. Una la guardo y de la otra voy abriendo las botellas a medida que pasa el tiempo para ver cómo va evolucionando “, agrega.
Pablo lleva ya un par de décadas guardando vino, costumbre a la que se asoma cada vez más gente tras descubrir la amplia gama de aromas, sabores y texturas que desarrolla esta bebida con el tiempo transcurrido dentro de una botella. En la Argentina, es un fenómeno relativamente nuevo. De hecho, hasta no hace mucho tiempo incluso la mayoría de los bodegueros y críticos de vino ponían en duda la capacidad del vino argentino para evolucionar a través de los años del mismo modo que lo hace un gran vino francés, español o italiano. Nota aquí.
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