domingo, marzo 09, 2025

Leiva

 Un año con Leiva en el viaje de su vida

Acompañamos al músico en la gestación de su nuevo disco, ‘Gigante’. De un estudio de grabación en EE UU a su casa de campo perdida en la montaña. Un periplo lleno de momentos íntimos y secretos nunca contados sobre su infancia, la música y la ansiedad que vino con el éxito.

Con una copa de vino tinto en una mano y un revólver Smith & Wesson modelo 29 en la otra, Leiva (Madrid, 44 años) decide contar el día que un perdigón le atravesó el ojo derecho hasta quedarse incrustado en su cabeza. Quizá movido por coger la misma arma que hizo famosa Harry el Sucio o quizá porque ese día se ha producido un eclipse solar histórico en este lado del globo que, según los más supersticiosos, puede causar fenómenos extraordinarios, o puede que, sencillamente, porque, como sucede siempre que Leiva está entre amigos, le gusta hablar sin filtros, el músico explica cómo su primo Vikxie, “más que un primo, un hermano” y una de las personas a las que más debe su “amor a la música”, le voló sin querer un ojo cuando apretó el gatillo de un arma que ambos pensaban que estaba descargada. Le habían robado la pistola a su tío y se llevó el perdigonazo a los 12 años. Corría 1992. De camino al Hospital Ramón y Cajal, con la cara ensangrentada y su tío y su primo acompañándole en el coche a toda pastilla por Madrid, Leiva recuerda que empezó a sonar en la radio ‘Knockin’ on Heaven’s Door’, en la versión de Guns N’ Roses, y que esa canción le dio paz, tanto como la conversación con el celador que empujó su camilla de urgencia al quirófano donde sería operado durante siete horas.

—¿Cómo te llamas? —preguntó el celador dentro del ascensor.

—Miguel —contestó el niño.

—¿Sabes que eres un tío con mucha suerte? De todas las cosas que uno puede perder en el cuerpo, perder un ojo es una de las pocas que no cambia nada. Tienes dos ojos y vas a poder hacer tu vida exactamente igual que hasta ahora.

Aquel mensaje de aquel celador “flaco y calvo con pocos pelos pelirrojos asomando por los laterales” se quedó “rebotando” en su cabeza hasta hoy. Porque Leiva sigue pensando que es un tío con suerte.}

La palabra suerte retumbó con fuerza en el WiZink Center el 26 de diciembre de 2023 cuando Leiva puso fin a la gira Cuando te muerdes el labio después de tres noches llenando el pabellón madrileño. En total, acumuló más de 45.000 espectadores. Una gira que, además, comenzó con el Goya a la mejor canción original por ‘Sintiéndolo mucho’, junto a Joaquín Sabina, y que supuso el segundo Goya tras el conseguido en 2018 con ‘La llamada’. Sobre el escenario, el músico dijo: “Tengo mucha suerte de tener este público y esta banda”. Cuando entrada la noche en la fiesta fin de gira en el Club Malasaña, Leiva, con su característico look de dandi de traje fino y sombrero, saludaba a todos los invitados que no le dejaban ni un respiro, nadie se preguntaba ni remotamente que fuera un tipo con suerte. Porque, ante los focos, todas las estrellas parecen siempre destinadas al lugar privilegiado al que han llegado. Pero, de repente, se quedó unos segundos solo, buscó con la mirada a su hermano “Juanchito” en la sala y, de entre la decena de cosas que le dio tiempo a pensar, una le vino de muy dentro: con suerte o sin ella, él seguía su viaje. Porque el viaje no acababa esa noche. Continuaba y había un próximo destino que le hacía una ilusión tremenda: Sonic Ranch, Texas. Ya estaba todo listo y muy pocos lo sabían en aquella fiesta.

La noche es profunda en Tornillo, un rincón de El Paso, en la frontera de Texas con México. A la hora en la que los coyotes recorren el desierto en busca de comida y los gatos se pasean por los jardines de los estudios Sonic Ranch, Leiva cuenta delante de su hermano Juancho, cantante de Sidecars, y su amigo argentino Mateo Sujatovich, el hombre detrás de Conociendo Rusia, la situación “ultragrave” que le dejó sin un ojo. Falta César Pop, “otro hermano” y organista de la banda, porque descansa en su habitación. La pistola ha llegado a la mesa por Tony Rancich, dueño de Sonic Ranch, un “viejo hippy” afable y alto, que bien podría estar en el reparto de la próxima película de los hermanos Coen. Tony le ha dicho a Leiva que, si sale a correr como acostumbra todas las mañanas, debe tener cuidado con los perros salvajes que merodean en manada por esta zona árida y dura. “¿Qué hago si los veo?”, pregunta el músico. El dueño de este rancho inmenso, en el que hay seis grandes estudios de grabación por los que han pasado Arcade Fire, Bon Iver, Fiona Apple, Waxahatchee o Natalia Lafourcade, se ha levantado de la mesa, ha ido a su despacho, ha vuelto y ha dicho, mostrando su pistola y cediéndosela a los comensales para que sepan cómo pesa: “O corres más que esos animales o mejor que los pares con esto”. Es en ese momento, en el que el músico ha cogido el arma por indicación de Tony, cuando Leiva ha reconocido que a él las pistolas no le gustan nada y que, con una tan cerca, no puede dejar de pensar en el día que una le estalló a dos palmos de la cara. Al contar con todo lujo de detalles aquel día, su hermano Juancho, con la boca abierta, ha dicho: “Joder, bro, nunca me habías dado tanta información”.

Nada parece casual en lo más profundo de Texas. Para llegar hasta esta antigua hacienda del siglo XIX, el jeep tuvo que atravesar decenas de kilómetros por el desierto hasta alcanzar Tornillo, una pequeña población dividida por un interminable látigo metálico por el que pasan trenes de carga donde el tiempo se detiene como en un plano a cámara lenta de Sam Peckinpah. Al otro lado de las vías, como un fuerte con sus propias normas, solo está Sonic Ranch, el rancho de decenas de hectáreas que acaba en el muro de la frontera, con Ciudad Juárez al fondo.

Es 8 de abril de 2024 y Leiva se encuentra en Sonic Ranch grabando las últimas canciones de su nuevo disco, Gigante (Sony), que se publicará el próximo 4 de abril. Viene de estar en Las Vegas, donde ha acompañado al campeón del mundo de boxeo en la modalidad de superligeros, Isaac Pitbull Cruz. Le escoltó en el conocido paseo (walkout) hasta el ring. Antes de la cena en la que contará el suceso que marcó su vida desde niño, ha estado jugando al billar en el jardín principal, un espacio como salido del viejo Oeste donde lucecitas de colores cuelgan por los soportales para decorar la piscina, la zona de barbacoas y las habitaciones. En el salón más grande, vinilos de Pink Floyd, Jimi Hendrix y otros artistas actuales como Buck Meek, integrante de Big Thief, descansan junto a lámparas art-decó y un entorno comunitario con rollo hippy donde los músicos se sirven la comida por sí mismos en la cocina. “Menuda setentada es todo esto”, dice Leiva. “Mi vida consiste en conseguir que el potenciómetro de ilusión no baje. Y esto me mata de ilusión. Vengo hasta aquí para estar con mis amigos. Aquí hay una artesanía vintage que usaba la gente con la que llevaba forrada mi carpeta”. A lo que Mateo añade: “Ahí está la magia. A vos te hace feliz”.

Ese día, por la mañana, ha sucedido algo si no mágico sí muy especial y que los medios de comunicación de medio planeta han calificado como el gran eclipse total de América, un acontecimiento que ocurre cada muchísimos años y oscureció el mediodía norteamericano hasta dejar el cielo de gris ceniza. En mitad del desierto, un silencio casi legendario se apoderó del horizonte. Previamente, la cadena CNN había informado de que muchos colegios habían cerrado en Estados Unidos y grupos de adolescentes por todo el país habían organizado quedadas con drogas para dejarse llevar durante la histórica noche ficticia de aire distópico. Según la antigua cultura mexicana, este tipo de eclipse sucedía porque un gigantesco dragón intentaba devorar el sol y, con ello, traer malos augurios. Por eso, para ahuyentar al devorador de soles, los mexicanos se ponían a golpear tambores con mucha fuerza. En el corazón mismo de una frontera llena de mitos y calaveras, donde se diluyen EE UU y México, Leiva y los suyos hicieron algo parecido: entraron al Big Blue Studio y se consagraron a la música. Era como si quisieran que el monstruo no se pudiese salir con la suya. Nota aquí.











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