Abrió un singular bar oculto en el sótano de un viejo almacén de ramos generales
Cristian Díaz Gattuso compró una esquina en Parque Avellaneda, donde levantó un bodegón y este reducto subterráneo.
“Es un búnker de la nostalgia”, dice Cristian Díaz Gattuso, propietario de un bar oculto ambientado en los años 50, época de oro del tango argentino, que está en el sótano de un viejo almacén de ramos generales de 1940, en el corazón de unos de los últimos barrios en formarse, Parque Avellaneda.
“Veo que existe una Buenos Aires que se está perdiendo y acá la queremos recuperar”, dice Díaz Gattuso.
El bar subterráneo está debajo del bodegón Olivera, también de Cristian. “Estamos sobre seis esquinas”, afirma. Una rosa de los vientos porteña, a dos cuadras del Parque Avellaneda, el tercer pulmón verde de la ciudad.
El bar abrió sus puertas el 25 de mayo de 2024, pero estuvo oculto por más de 20 años. Su pasado tiene el misterio propio los lugares que merecen seguir contando historias: se rumorea en las veredas que era un lugar secreto donde se juntaban los radicales y que recibía la frecuente visita de Frondizi, y que luego fue un cabaret.
Durante los últimos años funcionó como el depósito de un comedor barrial. “No se podía entrar”, dice Díaz Gattuso. Restaurador de bares y con experiencia en devolverle la vida a lugares que están en serios problemas de desaparecer, estuvo el frente de la recuperación de otro un ícono de Buenos Aires y pilar de la identidad de Parque Avellaneda: el bar y almacén de ramos generales Yiyo el Xeneize.
Cuando pasaba sentía que la historia de ese lugar lo llamaba. Lo atendía el hijo del dueño, pero la esquina estaba en estado terminal. “Pensé: si no hacemos algo, esto va a desaparecer”, y junto con un socio lo convirtieron en lo que hoy es: una parada obligada para los amantes de la comida de inmigrantes y del goce vintage. Cuando vio que el antiguo almacén volvía a latir, su vida le tenía preparado otro desafío.
“Pasaba siempre por Avenida Olivera y sentía un imán”, recuerda Díaz Gattuso. En la actual esquina donde hoy funciona el bodegón Olivera, en marzo de 2022 existía un comedor barrial. Sencillos y gastados pizarrones en la calle ofrecían milanesas con papas fritas. Diaz Gattuso frenó su auto. Pensó unos segundos y se decidió, le hizo caso a su intuición.
“Entré y fui al mostrador para hablar con la dueña”, recuerda. Le dijo sencillamente que si estaba cansada y quería pasar más tiempo con sus nietos, que él estaba interesado en esa esquina. Que no le diera una respuesta inmediata, ni apresurada. Le dejó su teléfono y se fue. “A los dos días me llamó”, cuenta Díaz Gattuso. “La vida me empujó de vuelta al lugar donde nací, esa esquina me llamó”, dice.
Siete cuadras
Nació a siete cuadras, y ahora tenía un gran sueño por cumplir delante de su vida. Tenía un problema que resolver: no tenía dinero para hacer la operación. Así que comenzó a buscar socios. No los halló. “La dueña se desprendió de sus empleados, y estaba esperando cerrar la venta”, afirma Díaz Gattuso. La plata no aparecía, menos el socio. Las soluciones suelen estar muy cerca y eso sucedió. “Yo no podía dormir”, confiesa.
Un día se despertó y la vida le cambió. Su esposa le dijo: “Yo te doy la plata”, y así fue como pudo comprar esa esquina que lo desvelaba. La sociedad quedó en la familia. El proyecto se volvió íntimo y poderoso. El plan necesitaba primero de la mano de obra de Díaz Gattuso, e hizo lo que mejor sabe hacer: regresar a la vida elementos a punto de morir.
“Restauré todo y comencé a pensar en el bar escondido”, dice. La primera etapa fue reabrir el bodegón Olivera, la vieja esquina donde en 1940 se inauguró el Café del Sol, y a un costado atendía el almacén de ramos generales. Se vendía vino a granel. Las bordelesas se bajaban al sótano, el lugar secreto. Finamente el 14 de octubre de 2022 se reabrió el bodegón y el plan de Díaz Gattuso de hacer el bar secreto se puso en marcha.
“Quise que el barrio hiciera propio el lugar”, cuenta. Tardó dos años en abrir el bar. Los procesos de las cosas importantes son largos, los hilos del destino tienen su propio tiempo. El sótano estaba en mal estado, pero la premisa que se obligó a cumplir fue modificar lo menos posible la estructura. Las paredes hablan y aquí el diálogo era claro: hacer un homenaje a una Buenos Aires perdida, que aquí en secreto hallaría nuevamente brillo y vida.
“Soy un apasionado de los objetos antiguos”, dice Díaz Gattuso. Tiene una teoría: para él elementos del pasado absorben la energía de las personas que los acompañan y del tiempo en el que viven. El sótano reclamaba una nueva oportunidad, pero debía limpiar su pasado. “Muchas de las cosas que decoran el bar estaban escondidas”, dice. Cuando recuperó el espacio se enfrentó con un dilema: qué personalidad tendría el bar. Nota aquí.


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