Cafetines de Buenos Aires: un bar histórico de Almagro sobre el que flotan leyendas acerca de Gardel y la búsqueda del amor
El café bar La Orquídea abrió a principios de los años 50 en la esquina de Corrientes y Acuña de Figueroa. Se dice que en esa intersección, una mujer puso una orquídea sobre el cajón del “Zorzal criollo” al pasar el cortejo fúnebre y ahí mismo encontró marido. Se dice que tiempo después las mujeres solteras dejaban orquídeas en las ventanas del bar para ver si corrían la misma suerte.
Hoy vengo a contarles una historia que nos atraviesa como porteños. Contiene a Carlos Gardel, el tango y el barrio Almagro. Un relato que recorre la calle Corrientes, pero en sentido contrario al tránsito vehicular. Del puerto a la Chacarita. Claro que con una parada intermedia en un auténtico cafetín barrial. Me refiero al café bar La Orquídea, el templo cultural almagrense que abrió a principios de los años 50 del siglo pasado en la esquina de Corrientes y Acuña de Figueroa.
Le debía una visita litúrgica a La Orquídea. También a Almagro. Hacía rato que no me daba una vuelta por el vecindario. Entré al café, como suelo hacerlo siempre, con la intención de escribir la crónica en el lugar, y busqué un toma donde enchufarme. “Acá no tenemos ningún enchufe” me respondió el mozo mientras yo deambulaba sin rumbo revisando zócalos. Bien. No voy a negar que me reconfortó saber que La Orquídea es un café analógico. Y volví al cuaderno y la birome.
La Orquídea es un hito dentro del patrimonio barrial. Deudo del difunto Mercado de Flores que ocupaba la manzana de enfrente. De allí tomó su nombre. Aunque hoy traigo otro motivo. Ya lo conocerán.
El local es un amplio, generoso y luminoso salón revestido en madera hasta tres cuartos de altura. Las ventanas son guillotinas. Todavía mantienen el barral de bronce a la mitad para que corran cortinas. Aunque estas fueron retiradas desde la última puesta a punto del lugar hace unos 15 años. El café bar tiene cuatro ventiladores de techo, también de madera, con tulipas con forma de flor. Hay siete percheros de pared. Casi todo el frente del salón está acompañado de la barra. Son diez metros aproximadamente de madera y estaño. El personal viste a tono con el mobiliario. Los ventanales, algunas pizarras en el interior y los carteles que indican los géneros a la entrada de los baños están intervenidos por el maestro de fileteado Gustavo Ferrari. Bingo. La armonía es total. Ahora La Orquídea también ha aumentado su capacidad con unas mesas afuera. Están en un deck que avanza por sobre Acuña de Figueroa. Ideal mascotas.
Ordené un café con una medialuna y vino acompañado de una porción de budín de pan. De haberlo sabido evitaba la harina. Sépanlo. Dato.
La feligresía habitual de La Orquídea está integrada, casi en su totalidad, por vecinos. Muchos escritores, miembros de la colonia artística y músicos. Mario Alarcón, el actor que hace de juez en El secreto de tus ojos, charla con unos amigos en la barra. Los mozos bandejean cafés con leche y medialunas. El fuerte del local es su tostado de miga. En una mesa un sesentón con “las nieves del tiempo plateando su sien” se toma un cortado en jarrito acompañado de huevos revueltos. Los muchachos de antes no usaban proteínas. Consumí mi servicio y me acerqué hasta la barra para charlar con el encargado. Se llama Alterio Mora. Alterio —que es su nombre de pila— lleva 38 años en La Orquídea. Sobrevivió a cinco cambios de propietarios. Así me dijo. El hombre algo bien debe hacer. Nota aquí.


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