Con Milo J como invitado, Silvio Rodríguez se despidió de Buenos Aires con un show inolvidable
A los 78 años, la figura de la Trova Cubana repasó sus temas más emblemáticos en su tercer show con entradas agotadas en el Movistar Arena.
Los músicos lo dejan solo y Silvio Rodríguez, vestido de tonos negros y con sus tradicionales gorra y anteojos, se aferra a su guitarra, vuelve a sentarse en el centro del escenario y ruega silencio, pero la mitad del público que colmó el Movistar Arena, sorprendido con el inesperado retorno del cantante cubano cuando muchos estaban a punto de salir del teatro, grita con exaltación, con las luces de la sala ya prendidas, “Y Silvio no se va /y Silvio no se va/ no se va” y “Una más, y no jodemos más/ una más, y no jodemos más”. Faltan minutos para la medianoche del miércoles 22 de octubre, a casi tres horas de concierto, y Silvio entonces entona, suave y pulsando su guitarra acústica, como si estuviera en un fogón, que en el borde del camino hay una silla, habla de zapatos gastados, de soldados y amantes, de maderas y metales, de sombras y sudores. “El que tenga una canción tendrá tormenta/ el que tenga compañía, soledad/ El que siga un buen camino tendrá sillas peligrosas que lo inviten a parar/ Pero vale la canción buena tormenta/ y la compañía vale soledad/ Siempre vale la agonía de la prisa, aunque se llene de sillas la verdad”, y se despide lacónicamente, saludando a sus 78 años como un viejo amigo, el paso lento hacia los camarines, íntegro y cansado después de un maratónico espectáculo.
Los que permanecieron en la sala no pueden contener la emoción, filman, aplauden, se abrazan, algunos se suben a las butacas y son retados por personal de seguridad, otros especulan con que si volverá a salir, si había salido con tantos bises, por qué no una más, una ofrenda inesperada que brote de su garganta, la que había estado un tanto afónica en su primera presentación pero que esta noche lució maravillosa, yendo de menor a mayor, firme y con esos fraseos poéticos que, junto a los acordes inconfundibles de su guitarra, lo convirtieron en el trovador de Latinoamérica, el compositor que salió de la isla revolucionaria hacia el mundo con un arma entre sus brazos: el arte de la canción, en letra, voz y guitarra.
Tal vez muchos de los que siguen expectantes, cerca del escenario, hayan escuchado “Historia de las sillas” en alguno de los 14 míticos recitales de 1984 con Pablo Milanés en Buenos Aires, junto a invitados como Víctor Heredia, León Gieco y Piero, amigos con los que se reencontró ahora, fuera del escenario, en una nueva visita después de siete años. Esos mismos enjugan las lágrimas, en un recital de memoria, nostalgia y emoción familiar, y retienen las últimas estrofas, porque definitivamente esas serán las últimas: pese a la típica insistencia del público argentino, que no cesa de aplaudir para un nuevo regreso de su ídolo, prolongándose en largos minutos, parados y sonrientes con los integrantes del staff queriendo convencer a los estoicos que no se rinden, ardientes porque había sido un retorno fuera de todo plan, impredecible como la misma trayectoria musical del cantautor, capaz de tocar solo en un gran escenario, acompañado de una orquesta o con amigos en centros culturales con mal sonido, que ya hay que abandonar el lugar, ganar la calle y así cada cual guardará el hechizo como mejor le parezca. Como si tres horas de concierto de un casi octogenario, acontecimiento fuera de serie para el parámetro de los shows internacionales, no hubieran bastado.
Si un concierto en vivo se puede medir en un conjunto por la audacia de su repertorio, por el clímax entre músicos y público, por la performance y la entrega de su líder y por la espontaneidad de la experiencia artística, el tercer y último de Silvio Rodríguez cerrando su gira en Argentina es de los excelsos y memorables de este año y, quizás, de los más épicos de la nutrida historia de él con el país que en la noche del martes le hizo recordar a Taty Almeida, la madre de Plaza de Mayo de 95 años a quien dedicó una epifánica versión de “El unicornio”, uno de sus tantos clásicos que convidó y el cual hace unos días subió en las plataformas en una ajustada colaboración con Jairo.
De su fecundo vínculo con Argentina, que cruza generaciones, sensibilidades y estilos musicales, a mitad del espectáculo ocurrió una hermosa sorpresa: invitó a cantar a Milo J, a quien presentó con las palabras “talento, talento”. A Milo lo dejó completamente solo, en gracia, mientras el joven de 18 años soltó unas tímidas “es la primera vez que lo veo, y estoy cagado hasta las patas”, antes de cantar la folklórica “Luciérnagas”, el tema con el que homenajeó a su abuela y que en su letra y voz contó con la colaboración del cubano, acompañado de un guitarrista y haciendo estallar al público, consustanciado con su frescura escénica y con una de las más bellas canciones del disco La vida era más corta, uno de los sucesos de 2025. Juntos anunciaron, además, que todas las regalías del tema serán donadas a las Abuelas de Plaza de Mayo. Nota aquí.


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