La lobera de Gredos
sembrada de poesía
donde su tipografía,
mixto de piedra y madera,
hace crecer la pradera
para que nazca el otoño.
Árboles que tienen moño
y payasos como momos,
las hojas cambian de tonos
en los robles y el madroño.
Y Gredos cambia de traje,
por la noche, por el día,
porque con la poesía
rejuvenece el paisaje
y provoca el maridaje
en el bosque milenario,
que se transforma a diario
viendo la hoja caer.
Un ciclo vendrá a nacer
al correr del calendario.
Ángeles, la mi paisana
que se ocupa del tinglado,
tiene el esmero y cuidado
en dirigir la besana
con diligencia artesana,
línea recta al corazón.
Hay evidente tensión
en las horas de la sierra,
pero agradece la tierra
los surcos de la emoción.
En la Lobera de Gredos
hay una gente que emana,
en tan sólo una semana,
entre sus robles y hayedos,
alzando manos y dedos,
poesía y convivencia.
Gentes en una creencia
que mejora su paisaje.
Borran el viejo forraje
y reviven su conciencia.

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