La sentencia de Pablo Hasél
"El acto surrealista más puro consiste en bajar a la calle, revólver en mano, y disparar al azar contra la multitud tantas veces como sea posible". Así definió André Breton su poética en 1929. Tampoco se mordió la lengua Rafael Alberti al escribir en 1930: "Vuelvo a cagarme por última vez en todos vuestros muertos en este mismo instante en que las armaduras se desploman en la casa del rey".
El arte moderno nació cuando la cultura aprendió a diferenciar la ficción y la realidad histórica. En cualquier caso, puesto a hablar de ficción, yo no creo que la poesía tenga nada que ver con un disparo en la calle. Sí me cago muchas veces en los muertos de algunos personajes que veo en la televisión o escucho en la radio, pero no lo escribo, ni lo publico, me lo guardo en mi casa. Soy consciente del mundo en el que vivo y en el que escribo. Demasiada pólvora en la atmósfera. Por eso creo grave y triste la sentencia a cárcel del rapero Pablo Hasél, aunque él no dudaría en pensar que soy un vendido con simpatías hacia un Gobierno cobarde (que, sin hacer milagros, intenta salir de esta crisis sin desamparar a nadie), o un mal poeta que siente pocas simpatías por las barbaridades expresivas, o un ciudadano tibio que se ha indignado ante el uso de la violencia de las fuerzas de seguridad del Estado, sin creerse con derecho a defender otro tipo de violencia. Los disparos contra los náufragos que intentaban llegar a la orilla en la playa de Ceuta me ponen todavía la carne de gallina. Y ahora recuerdo la escena muy a menudo, porque el ministro responsable sale con frecuencia en los informativos cuando se habla de un juicio de corrupción policial. Nota aquí.
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