De otros tiempos
Cuando entraba en un bar y me acercaba
igual que el mismo dios hasta la barra,
la cerveza bien fría, con el vaso
con corona de espuma que dejaba
en el cristal dibujado un claro círculo.
El camarero era -hay que decirlo-
el compañero cálido de todas
las mayores soledades y abandonos,
aunque bebiera solo o, simplemente,
me tomara un café con sacarina.
Y el hombre del rincón de la taberna
que no hablaba con nadie o aquel otro
que, de pronto, descubría que tú eras
el amigo más preciado de su vida.
Y aquella, en fin, aquella calma
viendo pasar la vida ante tu alma.
De aquellos tiempos -ya ves- sin importancia,
y, si me apuras, grises y aburridos,
me queda esta nostalgia, este recuerdo
de lo que era simplemente la rutina,
los días en que no pasaba nada,
lo normal, la cosa más corriente,
la vida cotidiana que hoy añoro.
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