Amanecer
Estos veranos... apenas amanece
y corre un aire frío por la casa.
Es ese escalofrío
de las primeras horas, cuando el mundo
ni siquiera parece dibujarse
en un cielo de azul y nubes blancas.
Y todo está ya en paz,
los cuerpos y las almas y el segundo
de la pura belleza de la tierra.
Tú cansancio y el mío. Te acaricio
despacio la cabeza, como a un niño,
que cura su dolor en las amadas manos.
Sin palabras,
los dos nos agarramos
a este silencio cómplice que envuelve
el dolor de los cuerpos.
El cielo es como un lienzo. Me parece
que el mar está en lo alto y que las olas
se rompen en la luz de la mañana.
Estamos ya los dos en el regreso
de un camino que lleva hacia la noche.
Este cansancio.
Este agotamiento
de la sangre sin fuerzas ni latido.
Los dos, de tierra y polvo.
Te acaricio despacio.
Tú, mi carne.
Amanece en nosotros y las sombras
traen otra vez el dulce sobresalto,
el estremecimiento,
esa fragilidad que vive en nuestras manos,
que corre por los labios.
Y amanece.
Amanece ya en ti. Despacio y sueño.
(Hay un rayo de sol. Rompe las nubes
y se instala en tu pelo, plata limpia).
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