lunes, agosto 01, 2022

Manuel López Azorín

 ANA MONTOJO

Ana Montojo parece que entiende la poesía como el baluarte que defiende, protege y libera. Conocí a esta mujer en Sigüenza, en casa de unos buenos amigos y recuerdo que se acercó a mí, con cierta timidez, así me pareció, con un libro suyo, que me regaló, esperando –me dijo- que me gustase. Sobre aquel primer libro que yo leí de Ana Montojo: "Vivir con lo puesto" dije en una reseña que escribí: Una expresión intimista, introspectiva, descarnada, rítmica y emocional, a modo de catarsis, vamos hacia ese carpe diem de vivir el instante para liberarnos y aferrarnos a la vida y al agua de la poesía, para seguir con la vida. Era una poesía clara, cotidiana, pero de anécdota elevada a categoría.
Después he ido leyendo gran parte de sus libros y creo recordar que tras leer “daños colaterales”, aunque ya había decidido llamarla “La Montojo” como se hace con aquellas personas que destacan, tras leer un poema concreto de este libro titulado “La vida”, un poema confesional, íntimo que nos ofrece la desnudez de las pérdidas, el desconsuelo de la infancia, la impotencia del amor adolescente, la llegada del amor en plenitud, la maternidad, el dolor del hijo muerto, de “sonrisa inerte sin voz y sin abrazo”, el asombro y el dolor del portazo, del adiós del amor…me pareció que “La Montojo”, al margen de la amistad que creció entre nosotros, merecía esa denominación porque toda su obra, toda su vida, nos la muestra en un alarde de desesperación y valentía, desnudándose el alma entre versos que pretenden cauterizar heridas, abandonar soledades, ser terapia salvadora sin ave marías ni psicoanalistas que valgan, sentirse querida a pesar de las pérdidas, abrazarse a la necesidad de amor en la vida que enmascara, con una sonrisa, un gin-tonic o un cigarrillo o los tres al tiempo aunque tan solo se queda con el amor. Amor al que canta con alegría y con llanto. Amor que le consuela la vida, amor que quiere para si y socialmente, para todos en igualdad, sin discriminación de color, de sexo o religión.
Traigo hoy este poema, desde este campo-sierra en que me encuentro, que escribí para Ana Montojo y que ella, creo, no conoce todavía.
“LA MONTOJO”
Tarde a la poesía nos dice que llegó;
pero a la poesía
llegamos siempre cuando ella lo quiere,
no es una cosa nuestra
por mucho que nos sea necesaria.
Su necesidad fue terapéutica,
desahogo de tanto desamparo,
tanto dolor de una marcha a destiempo.
(La muerte, tan injusta,
nos deja los sentidos sin respuestas.)
Y se abrazó a la niebla
del tiempo, del recuerdo permanente,
a “vivir con lo puesto” y la memoria
de lo que le quitó la vida un día.
Rompió su fortaleza y desgajada
vivió como árbol seco
entre “un atronador silencio de los pájaros”.
Y aunque fue un árbol roto por tanto desamparo
es la misericordia, el amor y la fuerza,
lo que le hace entregarse como samaritana
a velar lo que un día fuera tan solo suyo
con “Las horas contadas” de un reloj detenido
en una soledad acompañada.
(Lo que amaste una vez, siempre te pertenece)
Y esta mujer que parece ser dura
lleva con ella, frágil, el dulzor del espliego,
la música del saxo triste y bella.
La vida es un camino a veces pedregoso
y nos infringe daños, también buenos momentos,
ese es nuestro equipaje, va por dentro,
ese es el que nos viste cada paso que damos,
no se ve desde fuera mas, se lleva
y a veces la materia de los sueños
nos los muestra de pronto
y revive el pasado por algunos instantes
y nos deja el dulzor o la amargura
según traiga el amor o la tristeza.
“Daños colaterales”, que se dice
cuando acaecen hechos y nos dejan secuelas
que no se olvidan nunca
por más que haya desgarros y portazos
y sea la soledad ese vestido
que lleva puesta su alma.
Pero ella es “La Montojo”, la mujer que se crece,
la que bebe gin-tonic, la que fuma,
la que escribe y confiesa el dolor que ha vivido,
porque la poesía,
la suya, cotidiana, y honda y clara…
le sirve, como el agua,
para saciar la sed, para alejar la sombra,
para sentir la luz que alumbra y trae
claridad por la página y a veces por la vida.
Todo el camino es duda, duda y contradicción
y a veces nos ataca el enemigo,
buscamos baluartes de defensa
buscando la victoria,
clamamos la justicia, la igualdad…
que aquella niña bien
que nos dejó su memoria secreta
fue tallo y árbol y dio fruto y luego
creció y creció frondoso
para ofrecer su sombra, solidaria,
con palabras de amor y de esperanza.
La esperanza, el amor
y sola, en su refugio, tan adentro…
y al mismo tiempo fuera en los demás,
defendiendo que el sol, cada mañana,
alumbre para todos
con palabras que tocan los sentidos
en cualquiera que lea sus poemas.
Manuel López Azorín
(2019)



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