viernes, agosto 01, 2025

Bar La Academia

 Cafetines de Buenos Aires: el bar La Academia mudó sus juegos y sus fantasmas al local de un restaurante histórico

Fue inaugurado en 1930 sobre la avenida Callao. Este año cambió de dirección. Ahora ocupa el local que dejó libre el mítico Pippo sobre la calle Montevideo, en el centro porteño. La historia de los dueños ligados a la bailanta.

En anteriores relatos mencioné la cantidad de cafés y bares que abrieron en 1930. Todos muy próximos y aún en funciones: Los Galgos, Almacén Lavalle, La Giralda y La Academia. Hoy vengo por este último. Para contar su historia, dar cuenta de su reciente mudanza y, no voy a negarlo, saber de Borges.

El Bar La Academia no es ni será el primer café que cambia de domicilio. Entre los que siguen abiertos podemos nombrar al Gran Café Tortoni, Los 36 Billares y el Bárbaro. La Academia funcionó durante 95 años en Callao 368. No obtuve datos sobre quiénes fueron los socios fundadores. Sí que su denominación respondió a la proximidad de escuelas y casas de altos estudios en la zona. La otra certeza es que, para 1976, Luis López, un inmigrante oriundo de Lugo, terminó de comprar al grupo societario la totalidad del fondo de comercio. Me detengo para poner el acento en las dos fechas mencionadas. Dan cuenta de coraje, desafío histórico e instinto de supervivencia de una sociedad. El Bar La Academia se fundó en 1930. Y la última familia dueña lo compró en 1976. Sin más.

La mudanza de un clásico

Hoy La Academia se mudó a Montevideo 341, el lugar que hasta la pandemia ocupó el restaurante Pippo. La visité para charlar con Roberto López, su dueño. Roberto y Sebastián López son hijo y nieto respectivamente de Luis López, el gallego oriundo de Lugo que llegó a Buenos Aires en 1946 para emplearse en gastronomía y terminó adquiriendo todos los puntitos del bar. Antes de la compra, don Luis fue dueño de Karim y Gong. También tuvo dos bailantas y fue uno de los primeros que confió en Rodrigo y le dio la oportunidad de cantar con su movida cuartetera.

La familia López viene de una tradición de largas jornadas de trabajo de sol a sol, más todas sus noches. Le pregunté a Roberto los motivos de la mudanza. La respuesta tuvo sus ramificaciones. En primer lugar, porque se venció el contrato de alquiler y los propietarios del local de Callao le exigieron, a su cliente de cincuenta años de relación, un aumento desconsiderado. También es cierto que la afluencia de público a La Academia de Callao había decaído mucho y, como consecuencia, era un riesgo muy alto comprometerse a cumplir con las nuevas condiciones contractuales. Nota aquí.






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