Brindad, bebed
Si me muero, ya veis, si me muriera
un día del cual ya tengo el recuerdo,
sin Paris, y sin lluvia ni aguacero,
hacedme por la noche un hueco, amigos,
en un bar, cualquier bar de La Latina.
Y bebed y brindad con alegría
al pronunciar mi nombre, si os parece.
Y si alguno repite mis palabras,
incluso si es un chiste lo que os viene
-en mí cosa muy rara- a la cabeza,
brindad con un buen vino y en mi nombre.
Dejad para otro día la tristeza.
Y pagad una ronda a los que un día
decidieron echarme de su lado,
incluso a mis queridos enemigos,
a todos mis amores, sin excusas.
Y, sobre todo a ella, aunque no beba,
la que siempre besó mis cicatrices
y me acogió en su lecho cuando el mundo
me rompía en pedazos alma y carne.
Bebed por mis poetas, los que escriben
-bien o mal-, y poniendo en ello el alma .
Los que dan cada día por la redes
su pasión, su dolor y su alegría
y que tanto consuelo me trajeron
en la noche más fría y más oscura.
A esta edad, y mirad bien lo que os digo,
la muerte es sólo un paso a ningún sitio.
No busquéis la amargura en estos versos.
Ni estoy triste ni loco porque escriba
de vosotros, de mí, del mundo nuestro,
de la muerte que es parte de la vida.
Soy feliz. Y vivo intensamente
la luz, el despertar cada mañana.
Estos días que brillan como plata
y esas noches de estrellas y de asombro.
Soy feliz porque sé que estaré siempre
en vuestro corazón, como un latido,
destrozando el silencio de la muerte.
Soy feliz. Aquí lo dejo escrito.
En este seis de agosto cuando cumplo
setenta y cuatro años. Y os recuerdo
con el reloj en hora y ya sin prisas.
(Y lo firmo apoyado en una barra,
en un bar, como ha sido mi costumbre).
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