“Nos miramos el ombligo en exceso con tanta canción de amor”
El artista vallecano inaugura un espectáculo íntimo y teatral con el que aspira a ejercer también de actor. De momento, representándose a sí mismo desde la autoparodia
A poco que se busque un retrato robot para la figura del cantautor, puede que el dibujo resultante se asemeje bastante al rostro moreno y de mirada incisiva de Ismael Serrano. Él es así, y lo sabe: intenso, atormentado, poético, enamoradizo, con honda querencia por la melancolía e inequívoca conciencia social. “A estas alturas, no creo que a nadie le sorprenda saber que soy un tío de izquierdas”, se sonríe con la sorna de quien está muy acostumbrado a lidiar con todos esos vocingleros e intolerantes que le dicen de todo, qué valientes, desde el parapeto del anonimato.
Hay algo de arquetípico en su perfil, y este vallecano de 47 años lo asume con ánimo desmitificador y cada vez más autoparódico. Por eso se esfuerza en que su cancionero recorra de manera nítida el trecho que media entre el “yo” y el “nosotros”. Por eso, además, anda inmerso en el proceso de tomar distancia de sí mismo. De mirarle a la cara al propio Ismael Serrano como quien contempla a un personaje.
De todo ello trata un poco el nuevo espectáculo para teatros de Serrano, que este sábado estrenaba para sus paisanos en ese horario raro y entrañable de las matinés. Hierve el Nuevo Alcalá justo al mediodía, con el trovador escoltado solo por un piano y un violonchelo, pero esta conversación transcurre en la víspera, sin tantas urgencias ni mariposas revoloteando por el estómago. Aunque 23 años de oficio sigan sin ser suficientes para aniquilarlas. “Es más, el confinamiento me ha fragilizado tanto que me noto más nervioso que nunca”, murmura.
Pregunta. ¿Las circunstancias vividas han agudizado nuestra vulnerabilidad?
Respuesta. A mí me han agravado las inseguridades, cuando menos, pero a todos nos han servido para tomar conciencia más nítida de cómo gastamos o malgastamos el tiempo. Empatizamos más con el prójimo. Apenas sé nada de deporte, más allá de que todos mis amigos y sobrinos sean del Atleti o de que me alegrase de que el Rayo le ganara al Barça, pero lo vi claro en la profusión de gestos de los atletas durante estos últimos Juegos Olímpicos. Aplaudir al rival, participar en el éxito ajeno, quizá sea una manera de recuperar la fe en el mundo y en el futuro. Nota aquí.
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