La última batalla
Cada día es ahora un dulce tango,
es un cansancio amable de las tardes 
que vienen y te buscan y se enredan
en esos tristes aires, 
cuando el día
se va por la ventana muy despacio.
El sol dora los árboles. 
Me agobia este cansancio 
de versos y de letras y de sangre
No doy nada
ya por nada ni por nadie.
Mas en la oscuridad, y sin buscarlo, 
aparece alguna vez -es un misterio-
un destello feliz que nos envuelve 
el corazón en papeles de regalo.
Ayer mi nieto -tan grande-, 
tierno y serio, 
me habló cuando volvíamos del cole,
al notar, seguramente, mi cansancio:
“Vamos los dos despacio. 
No te canses.
Yo te espero. No hay prisa. Yo te espero.
Y así vamos hablando”.
En ese instante
la calle se vistió de primavera
y la luz de las farolas fueron soles
brillando para mí. Fuimos despacio,
los dos, ganándole a la vida 
con cada paso suyo contenido,
con cada paso mío, 
de pronto ya tan firme y decidido. 
Lo mismo que si fuera
un viejo héroe 
que vuelve de su última batalla.
Herido y derrotado, pero vivo.
 
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