Una confesión
Tras amarnos, te llevo hasta tu casa.
En silencio los dos, con la ternura
de los cuerpos saciados de caricias.
La noche, entre las luces, negra y suave.
En la esquina de siempre paro el coche.
Un beso apresurado. Y tú, corriendo
a ese portal de todos los demonios.
Un portazo. Yo quedo triste y solo.
Te imagino subiendo la escalera,
Tus llaves en la puerta. El piso a oscuras.
Con cuidado te acercas a la alcoba,
te desnudas silente y muy despacio.
Luego apartas las ropas y te tiendes
junto al cuerpo dormido. Nada dices,
mas sientes su calor, y ahora respiras
el olor de esa piel tan conocida.
Después de tantos años, lo confieso:
hubiera dado todo porque fuera
yo mismo el que esperaba cada noche
a que tú regresaras a mi cama.
Yo siempre le envidié porque él tenía
lo que yo nunca tuve: Despertarse
sintiendo cada día la dulzura
de tu carne pegada a su costado.
(La rutina derrota a las pasiones,
inevitablemente. Inevitable).
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