El recuerdo de un encuentro con Spinetta
Se cumple una década del fallecimiento de Luis Alberto Spinetta.
El Flaco se fue a poco más de un año de la muerte de mi viejo.
Quizá porque se llamaban igual –Luis Alberto–, tal vez por la causa de la muerte –cáncer–, quién sabe bien por qué, si por esas razones u otro motivo enredado en algún vericueto mental, el asunto es que, en mi cabeza, cuando evocó a Spinetta, suele aparecer también la imagen de mi papá.
Mi viejo no era seguidor del Flaco, ni nada por el estilo.
Creo que para él, Spinetta siempre fue sinónimo del primer Almendra, el de Muchacha ojos de papel, y ahí se había quedado con respecto al músico.
Yo, en tanto, me inicié en el derrotero spinetteano en épocas de Los Socios del Desierto, en Bariloche.
Spinetta aterrizó en la ciudad cuando todavía no había salido el disco doble de esa formación.
Era una época en que se había puesto muy duro en cuanto a las condiciones que buscaba para publicar su obra.
Finalmente, arreglaría con Sony, y el álbum se publicaría en 1997.
Pero estábamos en 1995, y todavía faltaba para aquello.
Spinetta se presentó con dos shows, uno íntimo, en la biblioteca Sarmiento, y otro eléctrico, en Bomberos.
Concurrí al primero, el jueves 10 de agosto, bajo el mismo techo del salón que atesora infinitos libros. Nota aquí.
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