Se puso al mundo en el bolsillo con el encanto de una sola mano: a diez años de la muerte de René Lavand, el mago que vendía ilusión
Cuando tenía nueve años lo atropelló un auto y tuvieron que amputarle la mano derecha. Dedicó su infancia y juventud a entrenar la mano izquierda y aprender cartomagia y se convirtió en uno de los mejores ilusionistas del mundo.
Si alguien escribe en Google “René Lavand” lo primero que aparece, como por arte de magia del oráculo digital que todo lo sabe, son fotos.
René Lavand en blanco y negro, saco de solapas satinadas, camisa, moño, cigarrillo en boca. El cuerpo curvo hacia la mesa donde se despliega un juego de naipes, mirada clavada en la baraja, codo de su único brazo completo, el izquierdo, apoyado en la mesa. El diez de corazones sobre el pliegue de ese, el único brazo que puede doblar.
Podría ser la imagen del dueño de una cantina de los años 50, de esas de puertas vaivén, que perdió el brazo en una balacera tipo western y gusta de entretener a sus clientes con un poco de ilusión. O la del dueño de un bar y villano de barrio, como el que interpretó en la película Un oso rojo, un policial dirigido por Adrián Caetano en el que hizo su debut cinematográfico, en el 2002, que le valió una nominación al premio Cóndor de Plata como Mejor Revelación Masculina.
René Lavand fue un mago. Un mago con una sola mano. Uno de los más importantes en la historia del mundo. Quizás ahí, en la ausencia de su mano derecha, que fue la que más usó hasta que no la tuvo más, en la destreza extraordinaria que consiguió con la izquierda, la que le quedó, flotaban los destellos de su encanto. Nota aquí.
0 comentarios:
Publicar un comentario