EL DESAYUNO
No tenéis nombre ni tampoco rostro
sois una cifra abstracta, aproximada,
que cada día crece de manera imparable
mientras desayunamos.
Porque sois parte de nuestra rutina
que de forma mecánica seguimos
los lunes y los martes y los miércoles:
mirar en la pantalla el tiempo previsible,
llamar a nuestros hijos por teléfono,
ver cómo están las cuentas en el banco,
si ganó nuestro equipo los cuartos de final
y ver qué pasa en Gaza,
mientras los tertulianos discuten con pasión
si son galgos, podencos ¿genocidas tal vez?
Retiramos la vista de esos padres
que envuelven entre harapos el mínimo cadáver
del hijo desnutrido que acaba de morir,
de los niños sin padres que lloran entre escombros,
multitudes huyendo a ningún sitio,
en donde los esperan nuevas bombas
y el menú conocido de las ollas vacías.
Los que somos más blandos lloramos un poquito
y enseguida cambiamos la emisora.
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