«Todavía hay taberneros siesos en Córdoba, yo mismo por ejemplo»
Desde el 24 de mayo de 1931 existe el Bar El Correo, que heredó el local de un limpiabotas, de ahí su reducido tamaño. Manolo Carrasco trabaja allí «oficialmente» como señala, desde 1982, pero ya durante los seis años previos estuvo trabajando con su padre pero, eso sí, sin cobrar. Me decían «pero si es que el bar va a ser tuyo», y me daban 200 pesetas. Entonces estudiaba y cubría los descansos. Pasó allá parte de su infancia en un rinconcito de la barra, sentado, mientras la Córdoba de antaño no paraba de pedir cañas, algo que llega hasta el momento actual. Su discurso no se puede separar de su modo de hablar, por lo que respetamos en el texto en parte el acento andaluz para que mantenga algo de la fuerza y el tono que desprende al oído. Y es que El Correo es más que un bar en Córdoba, es una institución consagrada al encuentro de cordobeses y visitantes, con la peculiaridad de que su tamaño hace que todo el mundo se congregue en la calle. Y así, con el paisaje de las Tendillas y el sonido de su reloj, es paradójicamente lo contrario a la prisa, pues más bien resulta reposo y refresco. Este establecimiento es además uno de los pocos de la zona que resiste el paso de las décadas en una ciudad cambiante. Su propio carácter es casi de taberna antigua, de aquellas es las que se bebía solamente y las tapas resultaban accesorias. Y bastante de tabernero antiguo hay también en su responsable.
Lleva muchísimos años oyendo alegrías y desgracias del personal, de miles y miles de personas, ¿cómo se va llevando?
Eso se va llevando fatal, porque te implicas. Una veces te implicas más, otras no tanto, y algunas te calientan ya de tal manera que tienes que decir «mira tío, que todos tenemos problemas», que nosotros también somos humanos y depende de cómo vengas hoy. Un día puedes venir de puta madre y otro de una mala hostia que te cagas. Eso es así. Nota aquí.
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