SE FUE TODO
Ni un alma por el campo esta mañana
radiante y silenciosa. Yo camino despacio,
no hay prisa en este tiempo tan extraño
y parece mentira que sea cierto
todo eso que dicen que nos pasa.
Nada me calma más que este rumor del campo,
el silencio que rompen mis pisadas
sobre las hojas secas, los sonidos
de pájaros citándose en su idioma
y ese beso del aire
que acaricia mi piel abandonada.
Al lado de mis pasos camina otra mujer
que alguna vez fui yo,
mirando hacia adelante,
con prisas por comerse aquella vida
que luego acabaría devorándola.
Y lleva de la mano a una niña pequeña
de largas trenzas negras
con un esparadrapo en la rodilla,
presagio de otros golpes que sería
bastante más difícil cicatrizar.
Voy pensando esas cosas sin ton ni son,
de manera inconexa me asaltan las imágenes
de mis vidas antiguas,
me pasan por delante como dicen
que ven su historia los agonizantes.
Pero curiosamente
ya no siento añoranza de otros tiempos,
salvo del hijo, claro, del hijo y su sonrisa,
del hijo y sus abrazos, del hijo siempre.
El pasado cumplió su cometido
de escultor del presente,
como el viento modela hasta las rocas
que antes eran tan duras.
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