La despedida de Joan Manuel Serrat
Sus canciones forman parte de la educación sentimental de tres generaciones en España y América Latina. Son obras acabadas, pero también son borradores sobre los cuales los demás hemos proyectado nuestras propias historias de vida.
De manera que Joan Manuel Serrat se retira de los escenarios. Entre hoy y mañana dará sus dos últimos conciertos, y lo hará en Barcelona, la ciudad donde empezó a cantar en público en 1965. En estos 57 años nos ha enseñado a hablar del amor y del desamor y de todo lo que hay en medio, poniendo nombre a nuestras emociones como lo hacen los poetas de verdad, y, si es cierto que nos ha mostrado las virtudes de algo que sólo se puede llamar compromiso, también lo es que lo ha hecho sin estridencias ni postureos, y ésta es una virtud incluso más escasa. Hace unos días, en el portal colombiano Los danieles, habló de la dificultad que entrañarán previsiblemente esos conciertos. “Dos horas y media de música, tratando de controlar emociones que no son las de un acto determinado, sino que forman parte de toda una vida”, dijo. “Un rosario de recuerdos que irán pasando por mi cabeza en tanto vayan avanzando las canciones”. En esto, por lo menos, habrá algo de justicia: porque lo mismo les pasará a los asistentes.
Así es: las canciones de Serrat forman parte de la educación sentimental —es decir, del rosario de recuerdos— de tres generaciones, y esto no es algo que se pueda decir de muchos. La longevidad de un artista no es una bondad en sí misma, desde luego, y más de una vez hemos visto que se convierte en una losa: la bondad o el talento están más bien en lo que se haga con ella. Y Serrat no se retira por quebrantos de salud, ni porque se le haya extraviado el arte, ni porque el público haya comenzado a mirar para otro lado. La última vez que lo vi en un escenario, en mayo pasado, despidiéndose en Bogotá frente a diez mil personas, no fue diferente en su esencia de la primera, más de veinte años atrás, cuando subió a nuestros 2.600 metros de altura para contarnos a los bogotanos que él era catalán, que hablaba catalán como hablaba español, y que ahora, después de cantarnos unas canciones en español, nos iba a cantar una en catalán: y enseguida nos descerrajó Paraules d’amor, que yo tengo por una de las maravillas de su trayectoria, y nos hizo llorar un llanto bilingüe.
No, los dos momentos no fueron en esencia distintos. El escritor colombiano Sandro Romero Rey lo dijo bien después de esta despedida de mayo: en el escenario estaba Serrat, diciendo adiós durante dos horas y quince minutos, “con veinticinco canciones que los miles de espectadores nos sabíamos de memoria pero que le dejábamos cantar para que se sintiera un héroe, que lo era, para que nos ayudara a morir tranquilos a nosotros, sus feligreses sin tiempo”. En otras palabras: allí, en el escenario donde canta Serrat, seguía existiendo todo lo que vamos a ver quienes vamos a verlo. ¿Por qué, entonces, se retira de los escenarios? Me temo que la verdad verdadera sólo la sabrá él mismo, aunque yo puedo aventurar una respuesta: Serrat toma esta decisión por rebeldía, que es la misma razón por la que ha hecho tantas cosas. En otras palabras, la toma para que nada ni nadie —ninguna de esas fuerzas que actúan sobre nosotros, algunas que controlamos y otras incontrolables— la tome por él. ¿Y quién le va a decir que no tiene razón?. Nota aquí.
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